5 libros para irse a la mierda

por · Agosto de 2014

A veces, algo hace crac. Y hay que encaminarse otra vez. O no. Y hundirse todavía más. Acá algunos libros para ver pasar ese baño de obligaciones que aturden y moldean a tantos.

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Nos vamos de casa y aparece la filosa realidad de las relaciones que vienen, los amigos que van, la ambición y las mentiras, el cosquilleo de lo nuevo y la introspección. Ese edulcorante de la independencia como anagrama de lo real. El rugir de los autos que más que romper subrayan el silencio de las noches largas.

Por supuesto, a veces, algo hace crac. Y hay que encaminarse otra vez.

O no.

Y hundirse todavía más.

Estas lecturas, como una suspensión del mundo de mayorías, cruzan cierto espacio denso y cotidiano, y son —y a la vez no son— un pasaje a la penumbra individual. Páginas para suspender la existencia por un rato y ver pasar ese baño de obligaciones que aturden y moldean a tantos.

Perec

Un hombre que duerme, de Georges Perec. La segunda novela del francés es un notable ejercicio de reflexión, el paseo alegórico por Thoreau (el exilio interior), Nietzsche (quien menos posee, tanto menos es poseído) y la paciencia de un narrador en segunda persona y su registro pormenorizado de la suspensión de cualquier actividad. Una mañana de examen, acostado en su cama, un estudiante decide no levantarse más. A los veinticinco años se aferra a la convicción de no hacer más que sentir y divagar, recluirse en sí mismo y abandonar sus estudios, sus amigos, sus parientes: todo como una estrategia para alejarse de lo material y de cualquier ambición. «Esta es tu vida. Esto es lo que tienes. Puedes hacer el inventario exacto de tu escasa fortuna, el balance preciso de tu primer cuarto de siglo. Tienes veinticinco años y veintinueve dientes, tres camisas y ocho calcetines, algunos libros que ya no lees, algunos discos que ya no escuchas. No tienes ganas de acordarte de nada, ni de tu familia, ni de tus estudios, ni de tus amores, ni de tus amigos, ni de tus vacaciones, ni de tus proyectos». Perec construye una finta a las imposiciones de la vida moderna para seguir un estado vegetal, anulado y en suspenso —duerme de día y vaga de noche—, hasta encauzar en la idea de avanzar. (2009, Impedimenta. Traducción de Mercedes Cebrián)

Bolaño

Los perros románticos, de Roberto Bolaño. Los poemas de Bolaño son una cosquilla infinita al lector de humor negro, tan absurdo como emo, con la dureza del que se examina y a la vez deja libre la imaginación para ilustrar elegante el fracaso y la ganas insurrectas de cierta edad, aspecto y región. En este caso, Latinoamérica. Con la investidura del poema narrativo, confesional, defeño o catalán, Los perros románticos invita a seguir por el camino difícil, el “Déjenlo todo” de Breton, por puro amor al camino, por puro amor a los perros románticos: «En el camino de los perros mi alma encontró / a mi corazón. Destrozado, pero vivo, / sucio, mal vestido y lleno de amor. / En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie. / Un camino que sólo recorren los poetas / cuando ya no les queda nada por hacer. / ¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía! / Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar / por las hormigas rojas y también / por las hormigas negras, recorriendo las aldeas / vacías: el espanto que se elevaba / hasta tocar las estrellas. Un chileno educado en México lo puede soportar todo, / pensaba, pero no era verdad». (2010, Acantilado)

Wilson

Leñador, de Mike Wilson. «Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, del pasado», explica el narrador de esta novela —un prófugo, un anacoreta, un outsider aparecido en Yukón— que examina la consciencia del ser, su entorno y la idea de incorporarse a un espacio demodé. Entre la espesura de los bosques, trata de evadir buscando algún sentido en la caída de los árboles, el uso detallado de las herramientas, el desarraigo y las descripciones que completan más de 500 páginas. Como una bitácora de viajes y un almanaque agrícola, Leñador observa con detenimiento el paso del tiempo a través de un hombre que se borra del mundo contando anillos en los troncos. (2013, Orjikh editores)

Corrales

Sin alma, de José Miguel Corrales. Como un mantra, el coro de desalmados de estos veintidós poemas se satura de nostalgia, humor y la frase «Ahora que somos de los sin alma» como un extravío voluntario. Quienes hablan son tipos que perdieron. O perdieron a alguien. O se perdieron a sí mismos. Un efecto que, justo antes de caer en la soledad y la desesperación, deviene en un sarcasmo tan parriano como su final. Si el poema “El hombre imaginario” se vuelve real cuando Parra escribe la palabra «dolor», las voces de Sin alma se van deshilachando, haciéndose una canción de ducha, hasta que en la última página resta un narrador solitario: «Sentado / yo acá / sentado / sólo yo / y nadie más». (2011, Ediciones Tácitas)

Lin

Robar en American Apparel, de Tao Lin. Destruida por Fresán («Parece que vamos a peor si es cierto eso de que toda generación tiene el escritor que se merece.») y alabada por la española Quimera («¿Has leído cómo siente?»), esta novela cristaliza la soledad de los veinteañeros que matan las horas en Internet («La luz azulada y cálida de Internet Explorer me bañaba también el rostro»). Con más forma que fondo, Lin sigue la historia de un tipo que roba la conocida tienda de ropa y es arrestado. Todo, en medio de un ritmo monótono, figuras literarias pobres y el tedio de personajes nublados y tan jóvenes y aturdidos por trabajos mecánicos y funcionales («Los que disfrutan consiguiendo lo que se proponen y nunca dejan su empleo. Esa gente da asco».). Es autoficción, como también es y no es el estado de una generación completa que no sabe o no quiere decir lo que siente, entre chats de gmail y estados de ánimo como esas visuales oníricas de las continuidades que ponía MTV. (2012, Alpha Decay. Traducción de Julio Fuertes Tarín)

George Perec
5 libros para irse a la mierda

Sobre el autor:

Felipe Ojeda (@paniko).

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