Álvaro Bisama: Diccionario personal

por · Noviembre de 2015

Ahora que Libros del Laurel acaba de reeditar la novela Caja negra, le propusimos al escritor construir un pequeño diccionario con sus obsesiones.

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A Álvaro Bisama le interesa complicar los inventarios de las librerías.

Hace diez años que comenzó un proyecto narrativo con Caja negra, una primera novela descrita por la crítica como «esperpéntica» y «rockera». Entonces fue escogido como parte de un movimiento renovador de las letras chilenas llamado Freak Power, una especie de parque de diversiones que mezcló ficción y desquiciamiento, y que terminó clausurando con otro libro sobre dos frentistas con la resaca de la transición, la novela Estrellas muertas, aparecida después del zoológico de dibujantes y vampiros que fue Música marciana. Todavía hay más: sus críticas recogidas en el compilado Cien libros chilenos, las novelas Ruido y Taxidermia, el volumen de cuentos Los Muertos. Ahora que Libros del Laurel acaba de reeditar Caja negra, le propusimos construir un pequeño abecedario con sus obsesiones a partir de posibles palabras claves y preguntas de orientación. El resultado es un diccionario personal donde cada palabra puede leerse como una habitación por conocer de esa casa-obra que Bisama ha levantado como autor.

C: Caja Negra
Caja negra fue escrita en un período que duró cinco años, en los que fui además crítico literario. Supongo que la novela reaccionaba contra lo que veía, se construía como una respuesta a eso, buscaba una salida. Eran los años en que se murió Bolaño, en los que yo percibía algo agotado en ciertas formas y trataba de entenderlo mientras leía o comentaba libros. En ese momento leía mucho a los argentinos, a Aira, Piglia, Fogwill, miraba lo que Eltit había hecho en los ochenta, buscaba ver cómo se relacionaba El mariachi con 2666, esa clase de cosas. También estaba obsesionado con la idea de que existiese una tradición de la ciencia ficción chilena y me preguntaba cómo funcionaban esos subgéneros en la tradición, cómo se ocultaban, cómo se perdían o volvían medio fascistas o carentes de sentido. Pero también recuerdo que escuchaba varios discos de electrónica mexicana, cosas como María Daniela y su Sonido Láser o Los Súper Elegantes. Recuerdo que compraba diccionarios de cine, me interesaba cómo estaban escritos, cómo contaban historias de las tramas y los asuntos técnicos de las películas y cómo ese lenguaje reducía lo inverosímil a lo mínimo de modo casi objetivo. Eso está en el libro, se mezcla con las historias y a veces las dirije hacia algún lado.

F: Freak power
Caja Negra se reeditó porque la Andrea Palet, que fue la editora original lo quería hacer de nuevo. A mí me gusta lo que hace Andrea, me gusta su ojo, las cosas que publica en Los Libros del Laurel y por supuesto dije que sí, feliz. Además, el libro llevaba fuera de circulación varios años y nunca había tenido una segunda edición. Ahora, respecto al freak power, es divertido el nombre. Lo inventó el Pato Jara que nos hizo una entrevista en El Sábado y quedó medio pegado a nosotros o nosotros con Mike (Wilson), Pancho (Ortega) y Jorge (Baradit) quedamos pegados a él. Nunca fue un movimiento sino una especie de sensibilidad, de lecturas cruzadas y conversaciones. Cada uno tenía su rollo, su onda y a pesar de eso sintonizábamos. De ahí salieron cosas buenas. Está de hecho Chil3, que terminó publicando Ediciones B, con Pato Jara como editor. Cada vez me gusta más porque es un objeto imposible, loquísimo, donde pudimos meter a amigos como Daniel Hidalgo, Paz Soldán, Alberto Rojas o el Claudio Álvarez que nos mandó un cómic buenísimo. Fogwill había aceptado mandar algo pero falleció antes. No sé si hubo un distanciamiento después; lo que pasó es que cada uno se metió en lo suyo, como siempre había sido.

L: Literatura
Imagino que la literatura está agotada desde siempre. Que nació agotada, en el sentido de que trabajas sobre variaciones de variaciones, de que la novedad es en realidad un espejo que mira al pasado porque mientras más avanzas te estrellas con algo que existió antes. Por lo mismo, me imagino que las formas siguen estando ahí. La historia de la literatura es una especie de caja de herramientas infinita de la que saquear. Lo que importa son las preguntas sobre qué hacer con ellas.

T: Teletón
No veo la Teletón hace años. Puedes no verla y te vas a enterar igual. Es esa clase de evento televisivo que es más interesante en el relato de los otros. La última vez que la vi fue en Antofagasta. Estábamos con Carla (Mc-Kay, artista visual y esposa de Bisama) por una conferencia y debíamos ir a una fiesta. En una playa había una banda de rock formada por militares tocando éxitos pop, Soda Stereo, Maná, cosas así. En un momento entramos a un servicentro y estaban dando la Teletón. Eran las horas finales. Carla estaba comprando cigarros. Estaba pagando y yo entonces miré la tele y apareció Leonardo Farkas y donó 1000 millones de pesos. Don Francisco se puso nervioso. Farkas trató de hablar. Se produjo un momento tenso. Kreutzberger dijo después que temía que Farkas anunciara su candidatura a presidente, algo que se rumoreaba por esos días. De pronto me di cuenta de que la gente en el servicentro había dejado de ver sus cosas y se había puesto a mirar la tele. Todo duró muy poco. Esa, creo, fue una de las últimas veces que vi la Teletón.

E: Warren Ellis
Sigo a Ellis hace mucho rato. Hay cosas suyas como Planetary o Global Frecuency sobre las que vuelvo siempre. Ahí hay conceptos que leen a la misma historieta como una tradición del siglo XX enfocándola desde una suerte de poesía callejera que me agrada mucho. Creo que en Transmetropolitan homenajeó muy bien y con mucho cariño a Hunter Thompson. Quizás me interesa porque hace esas cosas; hay en su trabajo un amor por los géneros que comparto porque es algo también político, una actitud punk que relaciono con el cariño que tiene a la cultura popular sin que sea pura parodia. Ahora, de hecho comenzó a escribir los cómics de James Bond y el último año ha hecho un par de trabajos interesantes como Injection para Image y Moon Knight para Marvel, los dos con Declan Shalvey, que es un dibujante muy piola, medio sucio pero muy hábil. Por otro lado, es interesante que haya madurado y que siga empeñado en sus obsesiones: la transformación del cuerpo por la tecnología y la descripción del futuro como un presente hipertrofiado.

C: Cerro Alegre
Nací ahí y volví a vivir ahí con Carla. Algunos de mis mejores amigos viven o vivieron ahí como el Mario Ibarra o el Toti Meer. Por supuesto, me gustaba antes de que se volviera una especie de Palermo bonsái lleno de boutiques y emporios. Ahora igual me agrada pero en las escasas veces que voy echo de menos ese silencio porteño que solo existe en las primaveras heladas, esa invisibilidad hecha de sombras lentas y escaleras.

C: Cien libros chilenos
La idea se me ocurrió almorzando con Andrea Palet. A ella le gustó e hicimos el libro. Yo no sabía en lo que me metía. Es una idea sencilla que se convirtió en un trabajo pesado. Significó volver a leer, a borrar prejuicios, a aprender de nuevo muchas cosas. Ahí entonces entra la lectura de González Vera, de Rojas y de Droguett, de esa extrañeza y radicalidad. Leyendo esos libros empecé a preguntarme por el hecho de que la idea de ese realismo a la chilena que es una suerte de lugar común es solo eso, una especie de barrera, una suerte de falsa restricción. Ahí terminé de darme cuenta de lo híbrido de la tradición local, del hecho de que está llena de anomalías, de libros irrepetibles como Alhué (de González Vera) o Patas de perro (de Droguett) y que eso era parte de lo que me parecía que me atraía de la literatura chilena.

B: Biblioteca
Siempre compro más libros de los que alcanzo a leer. La casa está llena. Siempre estoy leyendo varios a la vez. El año pasado doné varios cientos a una biblioteca. Respecto a la biblioteca, no la he ordenado jamás, salvo cuando me he cambiado de casa. Sé dónde están los libros. Tengo una memoria visual bastante decente para eso aunque ahora mismo es un problema el espacio. Pero no puede ser de otra forma. Tengo amigos a los que les pasa lo mismo.

W: Juan Rodolfo Wilcock
Wilcock es una referencia extraña. Llegué a La sinagoga de los iconoclastas vía Bolaño (que la citaba como referencia directa de La literatura nazi en América) pero después me empecé a topar con él en varios lados y me llamó la atención de que pudiera enlazar a Borges con Pasolini. De hecho, Pasolini, que era un crítico literario brillante, comenta un libro suyo por ahí. A esas alturas, La sinagoga… me había volado la cabeza porque me había demostrado que esa estructura, la del diccionario falso, era una máquina averiada que podía ser divertida, que podía tener sentido. Recuerdo que se la compré a Sergio Parra en los primeros días de Metales Pesados, esa edición de Anagrama que estuvo medio perdida por muchos años. Por otro lado, respecto a Wilcock, hay días en que pienso que debería volver a mirar el Borges de Bioy, para ver cómo aparece ahí, si la imagen de fantasma que tengo de él sigue siendo la misma.

R: Ruido
Ruido está ahí. Partió como una crónica y luego terminó como novela. Hay partes que son autobiográficas, que son mis propios recuerdos convertidos en otra cosa. Me cuesta leerlo, en el sentido de que me parece un libro cercano, sobre todo por el paisaje, que se me aparece como algo que ya no está ahí. El otro día fui a Villa Alemana y me sorprendí cómo había cambiado, cuán poco quedaba de la ciudad donde crecí. Aún así me sorprendí buscando ciertas marcas, ciertas señales y las encontré en algunos negocios, en el Teatro Pompeya, en el caracol en cuyo primer piso está el bar El Zíngaro.

C: Crítica
Yo nunca he despreciado la crítica porque, de un modo u otro, he seguido ejerciéndola; me gusta como ejercicio de escritura. No tengo una relación traumática con ella. Me imagino que hay escritores que la desprecian como género. Al primero que leí algo así fue a Asimov, así que no creo que sea un debate muy contemporáneo que digamos. Supongo que es demasiado fácil estar enojado y todo eso. El que quiera estarlo, que lo haga, es cosa suya. Yo no tengo rollos con eso, entiendo la mecánica del asunto, he estado en los dos lados. De hecho creo que es una forma de ficción, una manera de escribir novelas.

T: Traducciones
Megan McDowell tradujo Estrellas muertas de modo tan emocionante que me asustó cuando lo leí. No es joda. Era el mismo libro pero estaba ahí otra cosa, quizás todo lo que no creía que había puesto de mí en él. Le estoy agradecido por eso. En inglés la novela se lee de modo más hardcore, más punzante y eso es mérito de Megan, que es increíble. Sobre si hay más traducciones, no, no hay mucho. Hay una traducción al italiano de Música marciana que me pagaron bastante bien pero que no se editó, alguna crónica para alguna revista, algún cuento en alemán.

T: Taxidermia
Taxidermia es una historia que apareció hace años pero que me costó cerrar. La publicamos con Alquimia porque tiene un catálogo donde adquiría sentido y podía lucir linda como libro, gracias al diseño del estudio Navaja. Creo que continúa cosas que estaban en primeras novelas en términos temáticos pero que se parece a las últimas en términos de estructura, en la fragmentación, en lo lírico. Lo que me importa a mí ahora, después de un año que salió, es otra cosa, el homenaje a los comics con los que crecí, a autores como Qlamton o Martín Ramírez, a revistas como Beso Negro o Trauko. Tiene ese costado emocional aunque hay días en que creo que es una novela de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo y eso me gusta más porque a veces parece un poema que viene metido dentro de un fanzine fotocopiado.

E: Editoriales independientes
Creo que son importantes, que son necesarias en la lógica de la diversidad que hay ahora mismo. En ese sentido, como trabajo en una escuela de literatura estoy más o menos al tanto de lo que se publica. Me interesan algunas cosas en las que hay voluntad de riesgo. Lo que ha hecho Hueders con los libros de Styron o Al Álvarez, o el catálogo de La Calabaza del Diablo en poesía, que casi nunca falla. O Alquimia, que acaba de publicar a María Negroni y a Elvira Hernández. O lo que está haciendo Montacerdos, que acaba de sacar el libro de Simón Soto y que el año pasado publicó a Mariana Enríquez. Lo mismo corre para el Laurel que editó el libro de Eltesch y lo de Pedro Mairal.

L: Enrique Lihn
Lihn está ahí. Vivo. Creo que algunos volvemos sobre su obra cada cierto tiempo. A mí me gusta el Lihn de fines de los setenta y de los ochenta, el poeta que escribía novelas, el ensayista que dibujaba cómics, el intelectual que hacía películas extrañas. Me gusta ese juego de máscaras, ese amor por lo precario, esa falta de solemnidad que es otra forma de solemnidad. Creo que ahí hay una lección, un modo de leer y de escribir, de entender la cultura pero también hay una lección moral.

C: Caja Negra 2
No me interesa. Caja negra funciona bien como está. Los temas que me interesan de ahí los he seguido en libros como Taxidermia, en ciertas crónicas, en algunos cuentos. No tiene sentido repetirse.

F: Feminismo
Me interesa, más allá de lo chileno, pensando en autoras como Sylvia Molloy, Josefina Ludmer o Margo Glantz. Mucho. En los 80, muchas de las lecturas más interesantes sobre la cultura chilena vinieron de ese lado, de Julieta Kirkwood o Nelly Richard o de los trabajos presentados para ese congreso sobre escritura de mujeres que luego se compiló con el nombre de Escribir en los bordes. Textos como Lumpérica o El padre mío (ambos de Diamela Eltit) para mí son esenciales, lo mismo que, yendo hacia atrás, novelas como La brecha de Mercedes Valdivieso o ciertos poemas de Mistral, lo mismo me pasa ahora con los trabajos de Alejandra Costamagna o María José Viera-Gallo. Creo que en esos libros hay una valentía y una voluntad de exploración más extremo y arriesgado, de gesto político y moral, de pensar los límites entre biografía y escritura como una pregunta de la cual hay un punto de no retorno.

L: Los Muertos
Le puse a ese libro el mismo título que un cuento de Joyce. El cuento que da nombre al libro se llama así y salió de un viaje, casi como si no fuera mío. Los cuentos los escribo casi siempre así. Por eso no tengo muchos. No soy cuentista. Mi ambiente natural son las novelas. Pero ese cuento salió así y en cierto modo hablaba del los 40 años del golpe de Estado y yo no sabía qué iba a hacer con él. Cuando el Pato Jara trabajaba en Ediciones B hablamos de hacer un libro y de pronto llegamos a la conclusión de que sería uno de cuentos. No sabía cómo iba a ser. Entonces me invitaron a la Universidad de Chile a una mesa sobre literatura y dictadura. En esa mesa estaban Zambra, la Ale Costamagna y varios amigos más. Todos, creo, estábamos en ese libro que editó Óscar Contardo llamado Volver a los 17, que me parece una buena mirada colectiva sobre el tema. Yo pensé que iba a leer lo que había ahí pero la Ale leyó lo suyo y yo me acordé de ese cuento que no sé por qué lo tenía en el celular. Creo que dije: «Este cuento se llama ‘Los muertos’» casi sin pensar. Lo leí lento. Yo no leo muy bien pero ahí mi voz pareció encontrar el tono o por lo menos yo lo sentí así. No sé si alguien se dio cuenta de que estaba nervioso, tenso. De hecho, ahí me di cuenta de que se llamaba “Los muertos” y que el libro se iba a llamar del mismo modo y que la portada iba a ser la foto que Carla le sacó a un chico mexicano con el cuello tatuado, en el DF cerca del Zócalo. Después no hubo problema en cerrar el libro. Todo quedó en su lugar, el libro se armó y me parece que es el único de los libros que he hecho donde lo que se publicó se parece a lo que pensé que iba a ser.

Caja negra
Álvaro Bisama
Libros del Laurel, 2015
150 p. — Ref. $13.000

Álvaro Bisama: Diccionario personal

Sobre el autor:

Felipe Ojeda (@paniko).

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