Challa, bandera y choripán

por · Junio de 2014

Los comerciales futboleros son un estallido paroxista de ceacheis, pachanga y energúmenos con pinta de eyaculadores precoces. Los analizamos acá.

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El tono machista, nacionalista-troglodita de los comerciales de la Roja explica y justifica muchos de los prejuicios y fobias que giran en torno al fútbol. Por estos días abundan, como destino irremediable del futbolero, el asado estándar y el piscolero idiotizado, besando siempre «el manto sagrado». Medio en trance por el llamado de la manada embrutecida y misógina —replegar a las mujeres por un mes es una idea torpe y desactualizada—, el hincha de la Roja, a través de estos avisos, parece incapaz de articular un discurso complejo sobre sus emociones. «Lo más profundo del hombre es su piel», proclamó Valéry, hablando de lo mismo. Las honduras y los pliegues de las pasiones no son una frivolidad.

Nuestros publicistas, como se ve, no han razonado intrépidamente sobre esos escalofríos que despierta el fútbol para crear un relato seductor y original. «Se debería construir un discurso narrativo más complejo que la parrilla humeante y repetir que somos los mejores del mundo a cada rato, ¡hasta cuando!», refunfuñó Guarello. Y si nos fijamos con atención, los comerciales no tienen una estructura aristotélica definida: no poseen una progresión dramática más o menos visible, ni siquiera ordenada. Todo es un estallido paroxista de ceacheis, música pachanguera y gritos de energúmenos con pinta de eyaculadores precoces al borde de la posesión demoníaca.

En resumen: challa, bandera y choripán.

¿Qué impacto tiene? La difamación y caricatura de los verdaderos amantes del fútbol en Chile, que no somos pocos. Algunos podrán decir que estos bodrios publicitarios —que cuentan con financiamientos millonarios, por cierto— han sido superados por el ya célebre comercial de los mineros chilenos, realizado por el Banco de Chile. Lo que a mi respecta, todavía me inquieta mirar a Mario Sepúlveda al borde del desmayo, sosteniendo un hilo de voz impresionantemente agudo que, más que emocionar, aterra. No es que sea un salto cualitativo, ¿o sí?

Quizás la saga de ficción «Chile mete miedo», de cerveza Cristal, tiene un giro cómico divertido, pero es unitemático y el mensaje opera por repetición. Hay quienes con razón lo podrán encontrar excesivo y arrogante, si comparamos nuestros pergaminos con España y Holanda, últimos finalistas mundiales. No sé quién debiese tener más temor, si nosotros o ellos.

En España, por ejemplo, está de moda entre guionistas y creativos bajar del olimpo a la estrellas del fútbol y acercarlos a su afición, poniéndolos en situaciones cotidianas. Así es como en un spot de Movistar vemos a Iniesta de ayudante de cocina por un día, a Pepe Reina de profesor y a Santi Cazorla de jardinero. ¿Cuál es el mensaje? Un homenaje optimista y cómplice de los astros millonarios hacia la gente común, que lucha trabajando para lograr sus retos personales y profesionales. Iniesta, si no hubiese sido futbolista, perfectamente podría tener un puesto de filatería y antigüedades en la Gran Vía. Y Xavi, a su vez, ser profesor normalista en Terrasa. ¿Qué sería, al mismo tiempo, de nuestro querido Gary si no hubiese sido futbolista? Ya lo podemos sospechar, no hace falta decirlo, y ahí radica su incomunicable grandeza.

En Argentina, en cambio, la publicidad asociada al fútbol es una escuela inagotable de ingenio, una fábrica de sueños y perplejidades fundada en dos principios reconocibles: la nostalgia y el humor. Desde ahí, accedemos a las conciencias incomprendidas de los amantes de este vicio impune que es el fútbol, y pareciera que su director de arte siempre fuera discípulo de J.J. Campanella. La escuela está ahí: el colorido de los personajes, el tratamiento poético de la narración y el raigambre popular de las historias.

Quiero detenerme en Argentina, aunque sea impopular, porque es más cercano. En este particular sentido, solo en la futbolera ciudad de Rosario se puede encontrar a Menotti, al Negro Fontanarosa y a Fito Páez, sin contar a Bielsa, Ernesto Guevara y Leo Messi. Hay mucho de donde sacar. Existe un incontable capital cultural para construir metarrelatos deportivos y establecer un catálogo ético y estético para modelar el paladar de la gente y las necesidades de consumo. En el caso chileno, uno pensaría que sólo interesa defender las necesidades de un mercado muy estereotipado de consumidor, y no importa demasiado el método: casi siempre es un llamado histérico a la emocionalidad instintiva, a explotar la emoción de lo obvio.

Si los guionistas y creativos publicistas no se deciden a examinar y reformular la relación dialéctica entre el fútbol y la sociedad, a través de investigaciones meticulosas y una voluntad genuina por alterar la fórmula, seguirán existiendo, tan de moda hoy, esas conductas alérgicas y resentidas al pelotero promedio. Sólo de las biografías de Arturo Vidal y Gary Medel se podría extraer un jugoso anecdotario, trágico y valiente, de la epopeya íntima que tuvieron que pasar en sus poblaciones para llegar a ser deportistas de élite, admirados por multitudes en el mundo.

Pero no. ¿Para qué? Si total con las challas, la bandera y el choripán nos alcanza. Después se nos moja el asado y nadie está preparado para el cataclismo abajista ni el funeral nacional. Estos mismos estereotipos de hincha acéfalo que promueve la publicidad son los primeros indignados y desconsolados fabricantes de coartadas. Todos psíquicos de repente, sabían que no éramos tan buenos después de todo. «Yo te dije», será lo primero que dirán.

chilesanjorge

Challa, bandera y choripán

Sobre el autor:

Víctor Minué (@papasquiaro)

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