Bob Dylan es un cylon

por · Octubre de 2016

Este ensayo tiende un puente entre Bob Dylan, la mitología enmarañada de la serie de televisión Battlestar Galactica y la canción “All along the watchtower”, del nuevo Premio Nobel de Literatura.

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Este ensayo sobre Bob Dylan, la serie de televisión Battlestar Galactica y la canción “All along the watchtower”, fue leído por el escritor Álvaro Bisama en la mesa «Futuro vintage» de la edición 2015 de FILBA.

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La serie de ciencia ficción que recuerdo es Battlestar Galactica o , como le dicen, BSG. No la versión original sino el remake que hicieron en el año 2003. La serie original había sido exhibida a fines de los 70 y fue tanto un fracaso como un objeto bizarro cuyo primer sentido era colgarse de la moda impuesta por Star Wars. Y sí, no era muy buena a pesar de que tenía naves preciosas y unos robots amenazantes llamados cylones; a pesar de que se trataba a la vez de algo que podía ser leído como un western que estaba reducido a una sola imagen o idea: la de una caravana de naves a la deriva en el espacio profundo, todos peregrinos o colonos buscando una suerte de tierra prometida, mientras eran perseguidos por un ejército de robots asesinos.

Esa imagen fue la que sobrevivió en el remake del 2003, que exhibió el canal FX y que acá pasaron por TNT. Esta segunda versión estaba a cargo de Ronald D. Moore y aunque conservaba la mitología, tropos y nombres de los personajes de la original era lo contrario a una space opera. Se trataba de un relato claustrofóbico y sucio que incorporaba las discusiones post 11/9 sobre las formas del genocidio y su relación con el estrés postraumático, sobre el terrorismo y la violencia religiosa. Eso la volvía densa y exasperante, carente de todo consuelo. Moore, que había trabajado antes en algunos spin offs de Star Trek tomó la versión original y la usó como una anécdota antes que una trama, algo que bien podía ser una sombra o una mera cita. Porque en la versión del 2003 todo estaba oxidado y a punto de romperse, los héroes eran asesinos y los cylons se comportaban como monstruos melancólicos, asustados de no ser hijos dignos del Dios único al que se encomendaban antes de cualquier ejercicio de exterminio.

A mí me gustaba eso, me interesaba esa poesía que estaba hecha de metal y de sangre, ese relato que solo podía traducirse en dudas y pérdidas de sentido, en esa indagación en medio del espacio exterior sobre qué era, al final de cuentas, lo que constituía a un ser humano y cómo eso tenía que ver con la formulación de una comunidad. Una búsqueda, que al final de la tercera temporada se volvía un caos total: varios de los personajes centrales descubrían que su vida era un engaño pues en realidad eran cylons secretos. Se trataba de una anagnórisis demoledora pues nos dábamos cuenta de que varios de ellos habían sido, en el camino, encarcelados, torturados y mutilados por los propios miembros de su raza.

Ese capítulo, que se llamaba «Crossroads», era feroz. Mostraba a los personajes reconociéndose en la oscuridad, buscándose en medio de los pasillos sombríos de esa nave abollada donde avanzaban a ciegas, guiados tan solo por una canción que sonaba en sus cabezas. La canción venía de otro tiempo y de otro mundo y ellos trataban de descifrarla mientras el universo estallaba afuera.

Ahí se acababa la ciencia ficción. Ahí terminaba toda pretensión de futuro porque la canción, que se revelaba al final de capítulo, era “All along the watchtower”, ese viejo hit de Bob Dylan. Demás está decir que aquello era extraño: ¿por qué diablos los cylons escuchaban a Dylan? ¿Qué significaba? ¿Por qué esa canción?

Recordemos. Incluida en el disco John Wesley Harding, de 1967 y construida sobre el diálogo entre dos personajes (el ladrón y el bufón), “All along the watchtower” podía leerse como un debate sobre cómo procesar el presente, cómo entender el espíritu de los tiempos. Ahí, para el bufón, todo es desesperanza y derrota. El fin está cerca. «Debe haber una salida de esto», dice pero no es capaz de encontrarla. El ladrón, en cambio, se muestra cínico y quizás estoico: «Ya hemos atravesado esto, acá no está nuestro destino». Por supuesto, no sabemos de qué hablan, ni cual es la amenaza que enfrentan. Dylan construye su canción desde la incertidumbre, apenas dando pistas de un relato inquietante: «Afuera en la distancia, un gato salvaje ruge/ dos jinetes se acercan/ el viento comienza a aullar».

Sí, “All along the watchtower” es el Esperando a Godot de Dylan, pero también el fotograma de un relato que ha sido fragmentado y del que tenemos reconstruir todo. Conviven en ella el tiempo comprimido que precede a un estallido, la respiración contenida antes de ceder al pánico y el enigma de un futuro que no ha sido revelado pero que percibimos como amenazante. En su versión original, la batería marca la urgencia que anticipa de ese clímax que no vemos. Pero el enigma supera la canción, porque quienes la cantan lo hacen para tratar de entenderla.

Anoto algunas versiones, que creo que son búsquedas.

La de Hendrix, acaso la más famosa de todas, la melodía se expande hasta desfigurarse, como si tratase de atrapar en el aire el sentido de lo que dice.

Bono, de U2, la canta como un falso médium, como alguien que espera ser poseído por un fantasma o un santo que no está ahí.

Bryan Ferry, en cambio, la interpreta como si estuviera en un teatro en ruinas. Para él, la canción es lo que queda, los oropeles espectrales de un misterio que quizás no existió pero en el que debemos internarnos de igual modo.

Dylan, en su unplugged de 1995, la retoma pero la despoja de cualquier incertidumbre: la canta como si hubiera en ella alguna clase de enseñanza, como si fuese una parábola a la que aferrarse.

Todo lo anterior aparece en BSG. En el episodio del que hablamos, “All along the watchtower” proviene de un lugar más allá de la historia, es una suerte de memoria genética, un susurro demoledor que le da sentido al mundo. Pero no hay religión acá porque la canción es una prédica vacía: debemos leerla un espejo donde los personajes se preguntan qué es lo que los hace humanos. La versión que se escucha en la serie, a cargo de Bear McCready, huye además de las interpretaciones anteriores jugando a hacer del rock una suerte de épica quebrada. Adornada con sonidos orientales, hay en ella un falso exotismo que solo aumenta la condición perpleja y angustiosa de lo que se narra.

Es lo único que sabremos: todo es tan confuso al punto de que podemos preguntarnos si Bob Dylan es un cylon.

¿Tiene sentido todo esto?

No lo sé. No me importa. La mitología de BSG es enmarañada y difícil de seguir. Pero en esa falta de coherencia también está su misterio, está la sugerencia de que inventar las ficciones de futuro es también atender a la música el pasado. Es pensar en la ficción —televisiva o literaria— como un campo contradictorio donde la memoria solo puede tomar la forma de una canción secreta, de algo parecido a un eco que atraviesa el tiempo y el espacio porque está antes que ellos, iluminándolos pero también volviéndolos material de sospecha, al modo de una alegoría opaca que es capaz de definir lo humano, ya sea en su fragilidad como en su maravilla.

Bob Dylan es un cylon

Sobre el autor:

Álvaro Bisama (@alvarobisama) es autor, entre otros libros, de las novelas Caja negra (2006), Música marciana (2008), Estrellas muertas (2010), Ruido (2012), El brujo (2016) y el volumen de cuentos Los muertos (2014).

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