Café Tacvba: seguir siendo

por · Abril de 2014

En la tarde y poco menos de una hora estuvo en el festival la banda más importante del rock latinoamericano.

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Van ser las tres de la tarde y la explanada repite un loop con las primeras notas de “Pájaros”. El tema que abre El objeto antes llamado disco (2012) sirve para que los Tacvba tomen posiciones. De inmediato, el tecladista Emmanuel del Real y el cantante Rubén Albarrán se transforman en una sola voz: «Un pájaro en el cielo atravesó, estaba yo dormido y a mi cuerpo despertó». Los hermanos Rangel y el baterista Luis Alberto Ledezma aplauden y la gente reacciona, aunque el horario y la duración del concierto no hacen justicia. Estamos frente a Café Tacvba, la fortaleza viviente del rock mexicano, una banda que se ha forjado desde el rescate del sonido continental y que se ha deslizado con gracia por el éxito comercial y la crítica, aunque, en realidad, este sea un rótulo tan pobre como enredado.

Hay letras que no dicen nada y las de esta banda, que pueden entramar todo un discurso posmoderno (“Cero y uno”) o de corte zen (“Tengo todo”) en apenas dos minutos. «Realmente los extrañábamos, muchachos», dice Albarrán, que canta con seguridad y ahora se hace llamar Zopilote, antes de hacer “El baile y el salón”, probablemente la melodía más acabada del sonido Tacvba. De chaqueta blanca y polera a rayas, Zopilote tiene que bajar su registro para resolver en algún compás «el amor es bailar», la idea fuerza detrás de ese blindado del rock de raíz latina llamado Re (1994), donde todas sus canciones comienzan con esa nota.

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Siguen “Cómo te extraño mi amor” y “Las flores”, precisamente, de ese disco que los puso en la pantalla chica de toda Latinoamérica, con Zopilote (en ese tiempo Cosme) merodeando por las Torres de Satélite en la Ciudad de México para el videoclip de “La ingrata”.

«Este día, aquí, celebramos la energía femenina. Nunca ingratas, siempre muy gratas, muchachas», dice el cantante y hacen —casi pegada— la última rola que sin la fórmula de “Aviéntame” y “Eres” mantiene el espíritu de los lentos que escribe Del Real: “Aprovéchate” («aprovéchate de mí, de que estoy enamorado»), que parece el prólogo de “Mátame”, de Álvaro Henríquez.

Grabando en El Liguria, improvisando frente a La Moneda —previo a alguna Yein Fonda—, cerrando alguna noche del Festival de Viña. Nunca hemos sabido qué hacer con Café Tacvba, salvo convertir sus canciones en apuntes de nuestras vidas. Eso se percibe en parte del público que salta con la andina “Olita de altamar” y esa declaración de principios que escribieron para su regreso a los escenarios: “Volver a comenzar”, del disco Si no (2007). «Dulce tentación de dejarlo todo», advierten ahí. Cuando todo termina, después del cóver de Los Tres (“Déjate caer”), después de las coreografías; entre medio de “Chilanga banda” y ”La chica banda”; la gente escapa a otros escenarios, a almorzar, al baño. Son menos de las cuatro de la tarde y los Tacvba, en gran parte responsables del fenómeno de las bandas chilenas en México —gracias a su disco Vale callampa (2002)—, se despiden del festival que podría, a lo menos, haberles devuelto la mano con un horario acorde a sus credenciales.

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Café Tacvba: seguir siendo

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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