«A mí me va bien porque soy normal y muy corriente»

por · Enero de 2012

Explica en esta entrevista el Senador de Renovación Nacional, Carlos Larraín.

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Comenzó su carrera política en el Partido Nacional donde participó activamente para derrocar el gobierno de Salvador Allende. Hoy, lleva dos períodos consecutivos en la presidencia de Renovación Nacional, puesto en el que acumula tantos enemigos como cargos importantes. Argumentos le sobran para defenderse: a Carlos Larraín nadie lo hace caer.

Carlos Larraín habla como un tirano en los medios de comunicación: puede decir las frases más ofensivas sobre las autoridades más respetadas del país, sin que eso influya en su capacidad para hacerse de cargos. No por nada fue elegido concejal, alcalde y jefe de bancada. Y el último voto de confianza de sus compañeros fue su designación en el Senado en reemplazo del actual Ministro de Defensa, Andrés Allamand. «Estoy arrepentido de ser senador porque es mucho más trabajo y me sacan en cara que estoy como senador designado», comenta.

Actualmente, los “liberales” de RN han criticado fuertemente su gestión. Lo acusan de retrógrado, desleal y personalista. Pero a Larraín parece no importarle nada: ni la extrema cobertura a su disidencia en la prensa ni los doscientos militantes que han asistido a las reuniones extraordinarias para debatir sobre la gestión del timonel de RN.

Don Carlos, como le dicen en el partido, no tiene nada que perder.

Por el contrario, estar con él es distinto. Se impone de otra manera: es cautivador, muy delgado y delicado, pero con una actitud corporal acorde a la jerarquía que ocupa. Es directo y excelente orador a la hora de decir las frases más ofensivas sobre su interlocutor, lo que resuelve, fácilmente, con una sonrisa bastante amable. Tal vez cínica, pero muy convincente.

Desde el 2006 es presidente de Renovación Nacional. Lleva dos períodos en el cargo y, la última vez, fue electo con un 64% de los votos, por lo que las actuales divisiones internas de su partido las ve como algo minoritario: «Sé que tengo un amplio respaldo –afirma golpeando la mesa con un puño-, a mí me va bien en las elecciones porque soy normal y muy corriente. Hablo con todo el mundo y soy sencillo para expresarme. Me quieren porque no soy un pije de ciudad», se promociona, al parecer, olvidando su enorme casa ubicada en Las Condes, que data del siglo XVII y que consta de un enorme jardín y una capilla que cobija las oraciones de él y sus 12 hijos.

Según el analista político y líder de la Red Liberal que divide hoy a RN, Cristóbal Bellolio, el problema de Larraín es que no se diferencia de la UDI: «Está muy identificado con una derecha conservadora, católica, a la antigua. En ese sentido no aporta mucho a la diversidad de la coalición», dice dejando entrever su preferencia de acercar a Renovación Nacional al centro de los partidos políticos. Justamente, a lo que Larraín se niega rotundamente.

Por otro lado, la ex vicepresidenta de la UDI, Isabel Plá, plantea algo diferente a Bellolio: «Es un dirigente pragmático y los acuerdos en temas puntuales no han sido dificultosos. Pero también ha generado varios momentos tensos en su relación pública con la UDI», refiriéndose a las duras críticas realizadas a Sebastián Piñera por no resolver antes el conflicto con Jacqueline van Rysselberghe. Opiniones que, actualmente, son argumentos que se suman a las críticas de los “liberales” RN a Carlos Larraín.

El patrón y los peones rebeldes

La imagen de Carlos Larraín dentro de su partido no tiene punto intermedio: o lo quieren o lo odian. Pero, a pesar de las diferencias, todos lo respetan. Él, en sus reflexiones, define y califica a sus adversarios de una singular manera: «Los liberales de RN son lo que yo llamo ‘derecha boutique’ y que sólo están pensando en las próximas elecciones. No hay otra interpretación», asegura.

¿Qué vendría a ser la ‘derecha boutique’?
—Es una derecha ultra liberal, sobre todo en los negocios. Ultra liberal en la economía clásica, que concede en Alonso de Córdova, que quiere “chipe libre” para todo lo que es económico y lo que tiene que ver con costumbres de la cintura para abajo. No es que yo sea “acachado”, pero creo que la vida tiene que tener un orden.

Hace una pausa mirando al techo y continúa con la idea anterior: «El señor Daniel Platovsky, por ejemplo, se ha convertido en un gran enemigo político. Habla como si entendiera algo, ¡pero no entiende ni jota! –grita y tira sus lentes a la mesa con indignación–. Un liberal intolerante como él no es liberal. Lily Pérez es otra que no tiene nada de tolerante, por ende, tampoco es liberal», explica insinuando intenciones políticas detrás de los dos militantes de su partido. Sin dudas, el fundo se está desordenando.

Con Lily Pérez la historia es otra. Ha sido una de las mujeres más controversiales en la vida política de Carlos Larraín. La relación que mantienen es inestable y llena de desacuerdos que exhiben en público cada vez que pueden. «Cuando Lily Pérez fue candidata, quien se la jugó por el cupo fue Carlos Larraín. La ayudó con muchas cosas: consiguiéndole plata, con la logística, etc. Él nunca ha tenido una actitud en contra de ella, pero ella ha sido muy dura con él», aclara, en defensa de Larraín, Manuel José Ossandón, vicepresidente de RN.

Lo increíble es que sólo se puede ver a Larraín incómodo y buscando las palabras adecuadas a su descripción, cuando se nombra a Lily. «Ella pasa por etapas: no apoyó a Piñera inicialmente y negoció intensamente con la UDI para que le dieron algo a cambio del apoyo a Joaquín Lavín –ejemplifica en los cambios de opinión de la senadora–. No creo, además, que sea partidaria del aborto. Quiere figurar. Es un plus político el que ella gana estando a favor de la ley antidiscriminación y de políticas educacionales», lo dice con el conocimiento que tiene un patrón sobre el inquilino rebelde del fundo. Es innato.

Que salgan los militares

Carlos Larraín es consecuente a su conservadurismo y firmes políticas morales. Por eso se impone, porque no cambia de opinión y no le interesa hacerlo tampoco. Cuando militaba en el Partido Nacional luchó fuertemente contra el gobierno de Salvador Allende. Treinta y ocho años después, pero desde Renovación Nacional, sigue creyendo que fue la mejor decisión. «La Izquierda tiene un sólo capital moral que es ser víctima: sufrieron, los persiguieron, los corretearon y los mataron, pero tuvieron que ver con la génesis de eso. Nunca admiten ninguna responsabilidad en lo que ocurrió en 1973. No pasó porque Pinochet haya tenido un dolor de estómago ese día», dice molesto.

¿Cuál cree que fue la responsabilidad de la izquierda?
—Lo que pasa es que intervino una declaración de las dos ramas del Congreso, el 22 de agosto de 1973, motivada por la DC y, especialmente, por Patricio Aylwin, que dijo: «aquí se acabó el Estado de derecho». Si al final los milicos se metieron en política porque Allende los invitaba al gobierno a cada rato. Ahí ellos se dieron cuenta de que Salvador no podía gobernar. Por eso la izquierda es responsable del desastre institucional, desastre económico y la elección de la “vía armada”. Aun así, la virgen del San Cristóbal es una alpargata vieja al lado de Allende.

¿Volvería a fomentar un régimen militar con las mismas características y consecuencias de 1973, en un eventual y similar escenario político?
—Claro. La situación de Chile el año 73 era una cosa dramática. Fue un desastre completo, pero también fue un desastre buscado. Pero por supuesto que pediría la intervención de militares para que salgan a las calles nuevamente.

Carlos Larraín no sabe lo que es ser mártir, o por lo menos no ha querido sentirlo así. No se deprime porque le enrostran que está en el Senado a través de una designación constitucional: él se molesta porque es mucho el trabajo. Tampoco transa sus valores por votos ni por cargos: los homosexuales “pueden conducir su vida personal con completa autonomía, pero ¿por qué tenemos que apoyar a la comunidad homosexual? Tendríamos luego que apoyar a los grupos que proponen relaciones anómalas con niños o a los grupos que proponen la eutanasia. Porque en esto de las relaciones sexuales, por lo que he oído, hay una tremenda variedad. Entiendo que también hay personas que les gusta tener relaciones con animales, hay literatura sobre eso, la zoofilia. Yo no creo que las políticas públicas de un país tengan que ser en función de opciones sexuales diversas”, dijo en Tolerancia Cero.

Y tampoco le importa si es querido. Sólo le preocupa mantenerse invicto.

Larraín no vive de la política ni de los políticos, pero conoce a cada uno de los que decide invadir o compartir su territorio. Sólo una cosa logra imponerse sobre Larraín: el patrón del fundo oficialista que, aunque pasen décadas y enemigos sobre él, sigue firme a sus políticas feudales.

«A mí me va bien porque soy normal y muy corriente»

Sobre el autor:

Tamy Palma (@tamypalma)

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