Cuando Bolaño jugaba a la guerra

por · Noviembre de 2016

Desde Blanes, a orillas del Mediterráneo, una conversación con el proveedor de juegos de estrategia del escritor chileno.

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En Blanes el tiempo pasa como tiene que pasar: sin tropezarse. En este pueblo ubicado en la provincia de Girona, a orillas del Mediterráneo, con calas y playas rodeadas de montañas, el mundo parece aguantarse la respiración. A pesar de aquello, en el 23 de la calle del Lloro se desata una batalla sin tregua. En ese estudio Roberto Bolaño se pasa noches enteras desplegando fichas sobre un tablero para que las Divisiones de Infantería del Ejército alemán abran camino en las Ardenas de la Bélgica del 44. El juego de mesa se llama Battle of the Bulge y Bolaño lo adquirió en la tienda Joker Jocs que queda a pasos de ahí.

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«Roberto podía pasarse la noche entera jugando wargames», comparte el catalán Santi Serramitjana, dueño de la tienda Jocker Jocs, que a la fecha alcanza veintiséis años de antigüedad. Él fue el proveedor de juegos de estrategia de Bolaño, tanto en sus versiones de mesa como en formato videojuego para PC. Con los años, comparte, terminó convirtiéndose en uno de los pocos amigos que el escritor tuvo en Blanes.

—Lo conocí a principios de los 90. Apareció como un cliente más, preguntando por wargames y otros juegos de estrategia. Recuerdo que al comienzo se podía pasar una hora mirando las cajas, leyendo las instrucciones, revisando los juegos. Roberto era sobre todo seguidor de juegos de la Segunda Guerra Mundial, simuladores del frente oriental, simuladores de batallas de las Ardenas, ese tipo de cosas le interesaban.

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Bolaño, asegura Santi, podía pasar doce horas seguidas frente a un tablero jugando a la guerra y reescribiendo la historia. Tal cual como el poeta mexicano Remo Morán, el protagonista de la recién publicada El espíritu de la ciencia-ficción, o también como el alemán campeón de wargames Udo Berger, protagonista de El Tercer Reich. Santi apunta que sus favoritos eran The Battle of the Bulge y también el videojuego para PC The Settlers, del que llegó a coleccionar hasta la cuarta entrega.

—¿Jugaron alguna partida?

—No. Me invitó, sí, varias veces a su casa. Pero no coincidimos nunca.

—¿Y cómo fue que se hicieron amigos?

—Roberto venía casi todos los días a la tienda para charlar. Él pasaba por aquí, entraba, charlábamos, si veía que había gente se iba, después volvía… Aquí era como un lugar en el que se encontraba a gusto. Decía que esto le recordaba la película Smoke, de Harvey Keitel, en que hay un estanco. Que este lugar le recordaba a las tertulias que había en esa película. Porque aquí, bueno, vienen clientes y no clientes y muchas veces se crea una tertulia y Roberto, en los años que vivió en Blanes, participaba de esas tertulias.

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Un día de octubre de 1994, y tal como siempre lo hacía, Bolaño entró a Joker Jocs con un cigarro en la boca y un par de libros bajo el brazo. Uno era La senda de los elefantes, en la edición original publicada en 1984 por el Ayuntamiento de Toledo tras ganar el premio Félix Urabayen a mejor novela corta, y que en 1999 Anagrama reeditó como Monsieur Pain. El otro era La pista de hielo, en edición original de 1993, con la que obtuvo el Premio Ciudad de Alcalá de Henares. Ambos se los regaló y autografió a Serramitjana.

En La senda de los elefantes escribió: «Para Santi, que sabe más de fútbol que yo y que además es un buen amigo y proveedor». Y en La pista de hielo: «Para Santi, con un abrazo de amigo».

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—¿Y los leyó?

—Leí los dos. Pero a mí la lectura de Roberto se me hace un poco densa. Una vez, incluso, se lo comenté.

—¿Y qué dijo Bolaño?

—Que la gente debería comenzar a leerlo por Los detectives salvajes, no por otros libros.

Cuando hablaban sobre sus libros, asegura Santi, conversaban más que nada sobre su escritura en general.

—Cuando lo conocí, digamos, él no dejaba de ser un bohemio que escribía y que casi malvivía con su obra. Y él estaba convencido de que acabaría triunfando, como así fue. Recuerdo una vez, hablando en símil futbolístico, yo le dije: Joder, tú, escritor, en literatura estás jugando en Segunda o Tercera División, ¿no? Y me respondió; Sí, pero algún día jugaré la Champions.

«Él confiaba en su triunfo», recuerda Santi.

—¿Y recuerda un cambio en Roberto cuando jugó la Champions, cuando ganó dos premios luego de publicar Los detectives salvajes?

—No, absolutamente. Roberto fue él mismo desde el inicio hasta el final. Incluso te diría que, con enfermedad o sin enfermedad, Roberto siempre fue Roberto. Esa es, yo creo, su grandeza.

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Bolaño, meses antes de su muerte, le comentó a Serramitjana que trabajaba en un libro que sería su gran obra. Se trataba, por supuesto, de 2666.

El dueño de Joker Jocs dice que no lo ha leído, pero que sí tiene la sospecha, por lo que le han comentando, de que el personaje de Santi Catalán que aparece en 2666 pudiera estar inspirado en él.

—En esa época yo tenía un empleado y entonces Roberto venía y, si entrábamos en controversia con un tema, ya que a él le gustaba polemizar, él se marchaba de la tienda amenazándonos que al llegar a su casa iba a matarnos como perros, ya que nosotros éramos dos personajes de su libro. Voy a casa y voy a asesinaros a los dos, decía. Roberto era así, un poco espectacular.

—¿Qué fue lo último que compartieron?

—La verdad es que no hablaba de su enfermedad, yo lo leí en prensa, entonces la última que nos vimos fue una en que coincidimos en la oficina de correos de aquí de Blanes. Marchamos juntos de la oficina, estuvimos caminando un rato y yo le comenté que había leído eso sobre su enfermedad y él me dijo que sí, que estaba realmente jodido. Y no lo vi más. Roberto ingresó (el 1 de julio de 2003) al Hospital Vall d’Hebron (en Barcelona) y de ahí no salió.

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Bolaño pasó los últimos 18 años de su vida en Blanes. Y en la Biblioteca Comarcal, que se inauguró en 2003, después de su muerte, hay una placa en que figura una de las tantas frases que el chileno le dedicó a este balneario español: «Yo solo espero ser considerado un escritor sudamericano más o menos decente, que vivió en Blanes, y que quiso a este pueblo».

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En 2008, para la apertura del Salón Roberto Bolaño, que contiene toda su obra, la inscripción fue descubierta por sus hijos Lautaro y Alexandra. Un homenaje del ayuntamiento de Blanes que para Santi no está a la altura.

—Yo creo que Roberto está desaprovechado en Blanes. Hicieron una biblioteca y entonces hubo un sector de gente de aquí, entre ellos yo, que creía que debía llevar el nombre de Roberto. Y, bueno, al final solo le pusieron el nombre a una sala. Yo creo que en Blanes no somos conscientes todavía de la dimensión de Roberto. Y en el futuro, seguramente, la gente tomará conciencia de lo que él es a nivel mundial en estos momentos.

—¿Viene mucha gente a su tienda preguntando por Roberto Bolaño?

—La verdad es que es increíble ver el grado de fanatismo de la gente que viene. Recuerdo a un chico sueco que me contó que hace siete años se autoimpuso llevar siempre en su mochila un libro de Roberto. Otro chico, un italiano, que me comentó que quiere ser escritor, me dijo que él vio la luz cuando leyó a Roberto Bolaño. Dijo que había logrado escribir a través de leer a Roberto. También vino un señor de Los Ángeles, California, que estaba de vacaciones con su familia en Blanes expresamente para visitar los lugares en que vivió Bolaño. En fin: vienen alemanes, ingleses, chilenos, de todo el mundo prácticamente. Increíble.

—¿Y cuál es la pregunta que se repite entre todos ellos?

—Yo creo que la gente busca un poco saber cómo era Roberto. Buscan eso. Llegan a Blanes buscando la parte humana. Y en cierta manera me miran con envidia. Hostia, él conoció a Roberto, habló con él, conoció cómo era, cómo se expresaba, cómo se comunicaba, se dicen.

—¿Y qué piensa usted sobre eso?

—Hostia, los entiendo. Para mí Roberto no era el Roberto Bolaño escritor sino que era el Roberto Bolaño amigo. Y ahora mismo yo creo que Roberto se va a convertir, si no es ya, en una leyenda.

Cuando Bolaño jugaba a la guerra

Sobre el autor:

Ignacio Molina (@Molinaski)

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