Divagaciones: una mañana con Roberto Merino

por · Junio de 2017

Hace poco más de un mes que Ya se fueron, la banda del escritor, lanzó su segundo disco, que lleva por nombre Enero.

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Hace poco más de un mes que Ya se fueron lanzó su segundo disco, Enero (2017). Roberto Merino, Juan Ariztía, Sebastián Astorga, Felipe Correa, Nicolás Letelier, Sebastián Ruiz-Tagle, Neil Davidson y Clemente Merino, hijo mayor del cronista, llevan casi tres años trabajando juntos. En 2014, cuando la banda era solo una idea, algunos de ellos dejaron de lado otros proyectos personales y se embarcaron en esta apuesta, la de una banda madura, con buen manejo de la improvisación y un sonido de tintes setenteros y psicodélicos. Al mismo tiempo, Ya se fueron ha logrado dejar un sello en ambos discos: su estrecha relación con la literatura, algo que no solo se da porque cuatro de sus integrantes sean escritores, sino porque se han encargado de considerar piezas poéticas en cada uno de los trabajos. En Uno (2014), su disco debut, contamos con la canción “This be the verse”, inspirada en el poema homónimo del inglés Philip Larkin, y en Enero, con el trabajo del poeta del siglo XIX, Gerard Manley Hopkins, y su Pied Beauty. Incluso, para adentrarse aún más en este último poeta, le pidieron ayuda a Neil Davidson, experto en Hopkins, quien luego terminó por integrarse a Ya se fueron. De todas maneras, de las puertas hacia adentro, Neil ya era parte de la banda. Antiguo amigo de Roberto, les prestó un estudio al fondo de su casa para que pudieran ensayar. Un espacio que era de su esposa, Natalia, artista que también ha intentado aportar a la banda, ya sea con la disposición de la sala de ensayos como con el diseño de la portada de ambos discos.

El autor de títulos como Transmigración (1987), Santiago de memoria (1997) y, su último libro, Lihn. Ensayos biográficos (2016), decidió retomar la música luego de años en pausa. Comenzar a componer y darse un espacio para algo que también le apasiona, la música. De esto nos sentamos a conversar por unas cuantas horas en un café de providencia, ya conocido por muchos escritores y personajes del universo literario. O, al menos, era el objetivo inicial, porque finalmente hablamos de todo. De los diarios en papel y de cómo van desapareciendo, ellos y su uso doméstico. De cómo han cambiado muchas costumbres, hasta las de jugar. De los paseos a la plaza los fines de semana, de cómo los niños ya no se ensucian las manos buscando chanchitos de tierra. De la televisión, de Facebook. Conversamos de todo antes de llegar a la música. Porque así son los ratos con Merino. Interesantes e inesperadas divagaciones.

También hablamos de música. Me contó que su familia no era de músicos, que de ahí no heredó su talento. Solo tenía un tío que, de vez en cuando, tocaba la guitarra clásica. Que había un par de viejas que tocaban el piano que él ni conoció. Estudió la flauta dulce, pero nada más. Al menos, hasta los dieciséis años, cuando se metió a una banda en su colegio, donde compuso sus primeras canciones. Experimentó con la guitarra, instrumentos de viento, lo que fuera que se le presentara. Sin embargo, al entrar a Literatura en la Universidad de Chile, a fines de los setenta, decidió dejar atrás su faceta de músico, al menos, por unos cuantos años.



—¿Por qué separar la música de la literatura?

—No me calzaban, en términos de dinámica. Imagínate, tenía diecisiete años. Quería vivir la vida literariamente y eso implicaba una serie de movimientos, conductas y gestualidad. La música tenía otro ritmo.

—¿Y qué piensas ahora de eso?

—Me da lo mismo. De hecho, no escribo de la manera que en ese tiempo me imaginaba que podía escribir. Algo mucho más romántico, totalmente absorbido por las imágenes, las ideas.

—¿Esperaste en algún momento dedicarte a la crónica?

—Pensaba la literatura como novela, y es una idea que han tenido varios. Edwards Bello apostaba a sus novelas, era escritor por eso. Alfonso Calderón, cuando era joven, fue a hablar con Edwards Bello para hacer estos libros de crónicas de Zig-Zag. El viejo le dijo «no, con las crónicas no se hacen libros». Pensaba que eran parte de la fugacidad del diario. Que se botaban.

—Muchos editores habrían pensado lo mismo, que no iba a vender un libro así.

—Ni siquiera es que fuera a vender, sino que no se justificaba. El libro es algo más. Cuando yo publiqué mi primer libro de crónicas, Santiago de memoria, Claudio Giaconi, escritor de la generación del cincuenta, me dijo: «Está bien el libro, pero son hueás publicadas en un diario, no es la gran obra concebida». Tenía la concepción que era más literario una obra proyectada, sentarse a escribir, que hacerlo de esta manera, fragmentariamente. Y lo que uno juzga es un libro, no cómo fue concebido, producido.

—¿Qué lees en tus momentos de ocio?

—Estuve años leyendo mucho y me aburrí. Gasto harto tiempo leyendo de Internet, pedacitos. Como si hubieras puesto una bomba y estuviera revisando restos. Trizas. No tengo ganas de leer libros enteros y, si leo algo, leo memorias. Cosas sobre la vida, sobre la realidad. Ficción no puedo.

—¿Eres bueno para escuchar música mientras escribes?

—Para nada. Imposible. No se puede escribir con música, yo no puedo.

—¿Qué escuchas actualmente?

—Robin Trower, Bridge of sighs. Ese tema es como el ritmo que yo quisiera, el ritmo que tengo en la cabeza.



La banda

—¿Cómo podrías definir Ya se fueron?

—Lo he pensado muchas veces y es difícil porque es un resultado de muchas variables. Hay intenciones detrás que se trasmutan en otra cosa. Originalmente yo quería hacer una cuestión psicodélica, con temas eternos y cerca de lo progresivo. Quería que realmente hubiera un trance. Tiene algo de esa sonoridad, sobre todo en los arpegios, medio como alambre, pero definirlo, creo que es un grupo en estado de experimentación permanente. Por lo menos, reconozco dos etapas.

—¿Y cómo son estas dos primeras etapas?

—Son variaciones de lo mismo, pero la segunda es un poquito más elaborada. Cuando dicen que el disco es una mezcla entre R.E.M. y Eduardo Gatti es medio milagroso. Me llega a causar emoción que lo que hago tenga clasificaciones y que no las ponga yo. No creo en ellas estrictamente, pero me gusta que existan. Me cuesta poner etiquetas. Me deja trabado y, tal como a veces me cuesta también decir lugares comunes, cuando lo logro me siento gratificado. Si pudiera en una conversación decir algo coherente contra las AFP sería un logro, porque para eso soy totalmente torpe.

—¿Cuáles son sus referencias a la hora de componer?

—Todas son distintas, las de todos los integrantes. A Juan le gustan los brasileños. De hecho, hay una canción que estamos haciendo ahora, muy linda, que hizo Letelier. Tiene un comienzo que es muy parecido a un grupo que se llama Secos y Molhados, como glam de los setenta. También hay dos temas en los que se ve una influencia de algo que yo quería hacer. Una canción que no está grabada todavía, que se llama Polanski porque tiene algo de Krzys Komeda, el compositor de Polanski, que murió de una manera extraña. El bebé de rosemary, la música, yo estaba muy obsesionado con eso. Hay una canción que se llama “Everyday”, del primer disco, que tiene al menos un teclado que se parece mucho.

—En la banda, ¿cómo es el trabajo de composición?

—Letelier, Nicolás y yo somos los que llevamos más canciones. Temas pre hechos. La cuestión se configura después en los ensayos. Se va armando. Ahora estamos en periodo de congelamiento. Yo, viendo qué hacer, grabando en el teléfono y en la grabadora del computador. Usando esos dos canales tecnológicos.

—Pensando en la composición y el producto final, ¿cuál de los dos discos te gusta más?

—Te diría que son los dos lados, el A y B, de un longplay. Me gustan cosas específicas. Una canción en que canta el Clemente, del primer disco, porque es la voz de alguien de quince años. También canta Astorga en otra canción. Me gusta llegar a distintas zonas.

—¿Cómo ha sido trabajar con Clemente?

—Divertido porque estuvo los dos últimos años de colegio en la banda y siempre era el más complicado de tiempo, el más ocupado. Nadie le creía nada y, a veces, daba unas explicaciones muy absurdas. Una vez no llegó al ensayo porque le habían tirado un coquito de eucalipto en el hombro. Pero se ha acoplado súper bien. Es raro estar en un nivel horizontal, mirando desde lo pendejo.

—Pero dado un punto, eso desaparece.

—Desapareció al tiro. No estaba esa cuestión infantilizaste de la enseñanza. La relación, la conversación, totalmente horizontal. Salimos a fumarnos un cigarro, conversar un rato. Yo creo que hacía lo mismo a los quince años. Me metía en grupos de grandes. En la casa de Leonardo Infante, llegaba gente de ochenta y tantos y se juntaban con un viejo, papá de mi amigo, y yo estaba feliz ahí. Este hace lo mismo, pero a él le tocó. Por algo se da lo transgeneracional.

—Su sonido podría servir como banda sonora para cine. ¿Te gustaría?

—Podría hacer algo, adecuarme. A veces, la combinación de las imágenes y el sonido es impredecible. Mi hijo chico, el Agustín, hizo un video para una canción de nosotros. Para dos, en realidad. Primero hizo para la canción ”This be the verse”. Muy lindo porque está filmada en bicicleta, andando con el casco de la cámara, por Santiago. Son cosas muy simples, baratas, pero que quedan bien con la música. Después hizo uno que no hemos subido todavía, de “Everyday”, con puras fotos sacadas de Facebook, de mis amigos. Les mandé mensajes pidiéndole autorización. Algunos han contestado, otros no. Eso nos tiene medio parados.

—Hace un tiempo estuvieron en Puro Chile. ¿Les interesa masificarse?

—Como decía Eugenio Dittborn, en Chile hay un bistec para setenta perros. Estamos hablando de un mercado muy mínimo. Ni siquiera un mercado. Un pre mercado en el caso de nosotros. Me pasa lo mismo con la literatura. Escribo un libro y, a veces, me dicen «por qué day tantas entrevistas». Creo que si uno hace algo, produce un objeto de esta naturaleza, lo mínimo es participar en su divulgación.

—¿Ven como posibilidad telonear alguna banda?

—Todo lo que sea. Todo lo que venga



Música y poesía

—Ya se fueron es una banda que tiene mucho de poético, en su ritmo y en sus letras. ¿Sientes que le falta una propuesta más irreverente?

—No es una música que rompa los esquemas de nadie. Es una música que se incorpora y yo la disfruto así. Lo que me gusta es el efecto. Que entre el bosquejo de la canción y el resultado, hay una diferencia, un objeto nuevo, y que solo puede haber surgido en esta confabulación. Que no se hubiera dado de la misma manera con otra gente.

—¿De dónde surge la idea de trabajar con Neil Davidson?

—La idea de meter a Hopkins fue de Letelier. Neil es especialista en Hopkins, entonces lo contactamos para ver cómo se armaba en términos de ajuste de sonoridad. Neil es muy cercano. De hecho, ensayamos, desde hace dos años, en la casa de la Tala y Neil. Nosotros y otros grupos que se llaman Aztecas y Mal Ciudadano.

—¿Participará en el proceso de composición?

—Es que él hace cosas muy distintas, pero podría cantar perfectamente. Lo he visto cantar a Regina Spektor, para cagarse de la risa. En piano, mucho mejor que el original.

—En el segundo disco hay harto inglés.

—Hay una canción, “I’m not the person”, mitad inglés y mitad en castellano, que para mí sigue siendo un misterio. La escucho mucho. Me gusta como quedó. Tiene algo de los Smiths, totalmente involuntaria. Los arpegios del comienzo los tenía en 2013 y quería hacer una canción con ellos, ponerle letra. Todo salía mal, pero le daba. Y fue con Cecilia Gajardo que estuvimos todo un día haciendo letra para la canción. Había cosas bonitas, pero que no calzaban. Después en enero del 2014 nos quedamos un día, en uno de esos ensayos desarmados que no llega todo el mundo. Estaba con Astorga, el Clemente y Letelier y empezamos a improvisar. El resultado todavía me sigue pareciendo misterioso, a pesar de haber participado de todo el proceso. Y lo que me hace muy feliz es haber sido tan obsesivo hasta que resultó algo. Me gusta escucharla como objetivada. Yo creo que es la canción que más me gusta.

—¿Ves alguna relación entre la escritura de poesía y la composición de canciones?

—Es muy heavy porque creo que no tienen nada que ver. Cuando uno escribe poesía, la música, es un algo inherente, interior, estructural. No es que las palabras tengan que adaptarse a una música, sino que la construye. En el caso de la letra de canciones, te diría que el uso del lenguaje es totalmente funcional. Hay cosas que quedan bien y otras que no, anda a saber por qué. En esta experiencia me di cuenta que la mejor manera de decir las cosas es en simple.



Último round literario

—Sobre lo que dijo Rafael Gumucio a La Tercera, refiriéndose a autores jóvenes. ¿Qué piensas?

—Entiendo por qué se dio. No tengo la sensación de estarme perdiendo algo. Cosas que me han gustado, la Eliana Elordi, de la Paulina Flores algún relato. En algo se distinguen de los que eran jóvenes cuando yo era joven en los ochenta, en que había una especie de voluntad, un cuestionamiento formal literario. Aquí no veo esa especie de búsqueda en el código mismo, en el lenguaje. Lo que se privilegiaba en ese momento era lo que se llamaba proposiciones. Si uno escribía algo hacía una proposición. Ahora, se escritor es armar una historia y eso, estaba súper desprestigiado en mi época.

—¿Y lo de llorones y autoindulgentes?

—Me ha dado cuenta de esa complacencia de la que habla Rafael, de complacerse en una vida, en una historia, que no es cuestión de clase, y que tiene que ver con el recrudecimiento absoluto del resentimiento estos últimos años. El prestigio del resentimiento. Ya nadie tiene vergüenza de ser resentido. Antes era, por lo menos, problemático. Ahora es como una especie de fuerza y eso se ve. Hay una retórica. Tal como antes había una retórica del hombre de los mil oficios, hoy está lo de exacerbar las limitaciones que tuvo tu familia. Me gustan más los momentos en los que gente de distintas clases sociales tienen el mismo rango. Todos vieron Sábado Gigante y todos pueden reírse y tener un subentendido de. En ese sentido, le encuentro razón a Gumucio. Ahora, Gumucio habla cosas.

—Pareciera que se siente con libertad de hacerlo, en un lugar muy cómodo.

—Creo que es una dinámica la de hablar barbaridades, sobre todo en estos tiempos. En Chile, siempre ha habido que lo hacen. Enrique Lihn o Lafourcade, campeón de las barbaridades. Era muy odiado. Lafourcade tuvo el rollo de llevarle la contra a la mayoría. Se opuso a la teletón. El primero que se opuso, lo querían matar, era un demonio. Si uno habla, tiene que asumirlo sin llorar. Él (Gumucio) sabe cómo reacciona esta especie de masa activa. Sabe a lo que va. Ahora, también debe haber un placer en la provocación. Es una tentación.

—Pareciera entretenerles eso.

—Sí, porque pasan cosas. Te genera una adrenalina y da risa que uno dice algo y queda la cagá. Hay una palabra que usaba Edwards Bello para resumir todo: bochinche. Cosas de las que mañana ya nadie se va a acordar. Decía que en Sudamérica les gusta mucho el bochinche. Yo creo que es una buena palabra para definir ciertas polémicas.

—Después, cuando fue criticado en El Mostrador, escribiste en tu Facebook, «de los escritores que le dieron como caja a Rafael Gumucio en El Mostrador, no cacho a ninguno». ¿Esperabas tanto revuelo de esa publicación?

—Era un comentario no más. Me pareció que había un problema periodístico. Si tú vas a hacer mierda a alguien, tendrías que hacerlo mierda con gente más o menos equivalente. O bien, plantearlo de otro modo: escritores jóvenes, emergentes, se tiran contra Gumucio. Creo que periodísticamente era flojo. Yo puse esa constatación no más y era verdad. Cuando uno está inscrito en este mundo literario siempre cachay a la gente, has escuchado hablar. Entonces, me llamó la atención. Y eso puse y quedó la cagá.


Divagaciones: una mañana con Roberto Merino

Sobre el autor:

Valentina Gilabert

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