Gepe: El hacedor

por · Febrero de 2014

«Sí, he ido al Festival. Fui a ver a Miguel Bosé y a Aventura», dice Gepe a semanas de subirse por primera vez a la Quinta Vergara.

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Foto portada: Nadia García • Foto: María Paz Arias.

Una chinita se ha posado sobre la mesa de vidrio, dando aún mayor sensación tropical al clima que acompaña a Santiago esta tarde. Él no se ha dado cuenta porque está hablando por su smartphone o porque quizá no debía darse cuenta del detalle, como si esta historia hubiera sido escrita antes. A las chinitas se les llama de diversas formas en Latinoamérica, según el país, catarina en México, sanantonio en Uruguay, mariquita en Centro América e incluso con el distinguido nombre de vaquita de San Antonio en algunas localidades de Argentina, pero su nominación científica es coccinélido. A él también le llaman de una forma distinta: Daniel Riveros en su núcleo sociofamiliar, Gepe para el resto de Chile y Latinoamérica.

—Sí, he ido al Festival, por supuesto —reconoce—. Fui a ver a Miguel Bosé y a Aventura. Me gusta Aventura, los encuentro muy buenos, tienen esto como de Juan Luis Guerra pero al mismo tiempo son muy urbanos, también.

La excusa para que Gepe —el músico, el compositor, el hacedor— esté sentado al extremo de una mesa de un café ubicado en Antonia López de Bello es que ha sido invitado a ser parte del jurado internacional y a presentarse sobre el escenario del próximo Festival de Viña del Mar, invitación que lo tiene emocionado y ansioso, la idea es hablar un poco de eso y un poco de lo otro. Pero decidimos comenzar por cómo será su paso por la Quinta Vergara:

—Ya está todo listo. Está definido lo que vamos a hacer, en cuanto a lo musical y al show. Aunque quizá agreguemos algo… puede ser.

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Gepe no siempre fue Gepe, claramente. Y es que esta invitación al espectáculo más popular de la industria musical chilena y de la televisión (en el que será parte de la noche chilena junto a los paleolíticos La Ley), y sin duda también uno de los más chabacanos y demenciales, de cierta forma evidencia un hecho: que Gepe se popularizó, que creció, que rompió las barreras del nicho, que suena en las radios y las adolescentes revisan sus fotos en Facebook, en su Instagram y lo siguen en Twitter. Pero lo decíamos, no siempre fue así.

Cuando Daniel Riveros se pregunta de dónde viene su genealogía musical, todo pareciera apuntar a su abuela, una cantante de ópera y pianista bautizada con el cacofónico nombre de Celia Celis, y aunque se reconoce con cierto orgullo desde la vereda del autodidacta, la precocidad de su incursión musical pareciera explicarnos mucho más: recuerda un regalo de navidad: una batería, cuando muy niño, apenas cumpliendo cinco años, en ella dio sus primeros golpes, motivado por la música que escuchaba su padre y principalmente por Santana. Recuerda, con posterioridad, un momento: él, en el colegio en su San Miguel de la infancia, quizá distinta al San Miguel de la juventud de Jorge González:

—Él nunca ha ido diciendo «yo soy de San Miguel».

En ese colegio, Gepe hace su primer concierto, a los seis años, frente a todo el establecimiento y con el pretexto del día de la madre, Gepe —que aún no es Gepe— toca sobre una canción de Shakin’ Stevens la batería en vivo y, a pesar de ser muy joven para entenderlo, traza un mapa que no volverá a abandonar.

Le siguen la guitarra, el teclado, el canto.

—Siempre autodidacta, normalmente cuando intentaba estudiar, terminaba dejándolo inconcluso.

Le siguen también las canciones de otros y las propias. Las primeras bandas. Gepe llama la atención como baterista, así fue con Taller Dejao, dúo que formó el 2001, junto a Javier Cruz, una rareza sonora y experimental que los hacía pasearse por un límite difuso entre la cueca y el punk, entre el folklore y el delirio, entre un campo imaginario y una ciudad que se caía a pedazos. Asimismo cuando fue parte de la banda de Javiera Mena y cuando lanzó su carrera solitaria.
Con un EP temprano titulado 5×5 (2004), Gepe aparecía en la escena junto a una camada de cantautores —Chinoy, Leo Quinteros, Manuel García—, marcado por lo íntimo y simple de su sonido. Canciones de factura artesanal, con guitarra acústica, que se parecían mucho al material con que se construyen algunos momentos hermosos. Gepe y su guitarra. Gepe y su voz. Tonadas perdidas en un domingo por la tarde, entre el susurro de Víctor Jara y el fraseo final, ese que levanta levemente el tono, de una Violeta Parra.

Pero sí, Gepe se convirtió en Gepe y vinieron los discos, los LP, las canciones que cantarán los demás. Gepinto el 2005, Hungría el 2007, Audiovisión el 2010 y el salto calculado a la masividad: GP, del 2012. Las intenciones tras cada obra, como tras cada acto en la vida, son distintas, pero Gepe sigue siendo Gepe y sus canciones siguen siendo una cruza bastarda entre el pop y el folklore, en sus discos, ahora aderezados por citas a otras cosas, siguen siendo canciones en la mejor acepción.

–Normalmente, primero hago la letra. No tengo un método, pero últimamente he hecho la letra y así voy haciendo, después, la melodía.

Sin tomar mucho en consideración los estados de ánimo —Gepe no tiene uno predilecto para componer—, sí reconoce que sus canciones nacen de sus experiencias, de momentos, de frases con las que se encuentra. Así trabaja desde su hogar más reciente, en Providencia, acomodando la melodía que arma desde su computador, como si escribiera una partitura digital para una orquesta mínima, entre las letras armadas previamente. Canciones. Canciones de Gepe. Su teoría —lo ha dicho reiteradas veces durante esta tarde, así como en entrevistas previas— es que las canciones son como casas, casas que se arman, que se arreglan, que se adornan y se remodelan. No es raro pensar en eso, cuando Gepe se reconoce un lector de José Donoso, especialmente de El Obsceno Pájaro de la Noche.

–Es cierto, los libros de Donoso tienen mucho que ver con la casa. Es su tema.

Otra certeza: en esa casa habita una familia o, al menos, una comunidad. Una comunidad que se alimenta de canciones: Gepe encontró en Cristián Heyne, la producción prestidigitadora que le acompaña hasta hoy en sus discos; en Manuela Baldovino (en lugar de Felicia Morales) y Christiane Drapela, su artillería en vivo; y se le ve constantemente colaborando con Pedropiedra, Javiera Mena o siendo parte del grupo Caravana, donde compartió créditos junto a Rodrigo Santis; pero además está Álex Anwandter, con quién saco un disco el año pasado bajo el nombre de dupla Álex y Daniel, proyecto que nació de una llamada telefónica que Gepe hizo a su par con el fin de «hacer algo juntos».

–Siempre quiero trabajar con alguien, pero es muy complicado por el tiempo, ponerse de acuerdo. Me gustaría trabajar con mucha gente, con Javiera Mena haría un disco también si pudiera.

Gepe: El hacedor

Sobre el autor:

Daniel Hidalgo (@dan_hidalgo). Publicó los libros Barrio Miseria 221 (2009) y Canciones punk para señoritas autodestructivas (2011).

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