La fe en lo viejo te está chingando

por · Marzo de 2016

En mayo Brujería vuelve a Chile y quizá sea el momento de renovar votos. De asistir a esa misa negra que, sabemos de antemano, es una tremenda joda inofensiva.

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1.
Tenía algo así como 13 años. Mi papá, antes de esfumarse como los cobardes o los fantasmas, solía llevarnos al Eurocentro. Siendo de provincia y antes de la masificación del Internet, el lugar era alucinante: estaban todos los discos que conocía en revistas como la Kerrang o la ya perdida Tribu. Fue ahí cuando encontré el Brujerizmo en cassette. Cuando lo coloqué en el walkman me fui a la cresta. No entendía qué mierda era toda esa parafernalia, mezcla de satanismo, drogas, Pancho Villa, machetes y un olor inconfundible a frontera. Ahora no me parece tan raro haberme obsesionado con el desierto, con Paris/Texas o No country for old man, con las películas de Sam Peckinpah —imaginemos un video de Brujería con imágenes de Bring me the head of Alfredo García, por ejemplo—, o esa bestia oscura y terrible que es 2666. Si bien el sonido de la banda destila una mezcla de death metal rabioso con los beats del crossover, desde sus primeros discos han sabido ir construyendo un mito en torno a sí mismos y una imaginería que les brindan un sello único e indiscutible. Este año vuelven a Chile y el nombre de la gira es, como ha sido la tónica de su carrera como banda, provocador para cualquier noble ciudadano timorato: «Fuck Donald Trump».

2.
Una anécdota: El Brujo, vocalista y principal responsable de que el proyecto siga en pie, asiste a una fiesta en Hollywood a propósito de la nominación de Faith No More a los Grammy. Desconociendo que la fiesta tenía como dresscode ir de etiqueta, asiste con una chaqueta de cuero y una polera negra. Él y un mesero eran los únicos mexicanos en toda la ceremonia. En ese mismo lugar se encontraba Pete Wilson, candidato republicano que, al igual que Donald Trump, tenía como punta de lanza de su carrera política un discurso anti-inmigrantes potentísimo. En aquella ocasión, Wilson y el vocalista se topan frente a frente y el candidato hace un amago de proteger a su esposa como si se encontrase frente al mismísimo satanás. Más tarde, los guardias de seguridad sacan a El Brujo del lugar. De allí nace “Pito Wilson”, canción que abre Raza odiada, el segundo largo de la banda. Lo interesante es que es el mismísimo Jello Biafra quien hace las veces de Pete Wilson, quien es ficcionalmente acribillado para dar paso a los potentes riffs, en aquella época a cargo de Dino Cazares (Fear Factory), que luego se retiraría para formar Asesino, algo así como una parodia en plan Meruane de Brujería.

3.
México parece ser, por razones que se nos escapan, un imán de perdidos, desviados y exiliados. Breton dijo que era el país del surrealismo, Artaud escapó en algún momento de su performáticamente exagerada existencia hacia las tierras del chile y el mezcal, Trotsky recaló allí en los tiempos del estalinismo, gran parte de la obra de Bolaño fue escrita en sus interminables derivas a lo largo y ancho del D.F., B. Traven, escritor hoy casi olvidado, escribió parte de su obra pensando en la revolución mexicana. Otro perdido emblemático perdido es Ambrose Bierce, cuya muerte sigue siendo algo así como un enigma. Bajo el volcán, obra cumbre de Malcolm Lowry, escritor y dipsómano profesional, fue pensada en las escarpadas faldas del Popocatépetl. Rulfo plasmó su personal y solapado viaje por el abismo en pequeños pueblos en donde no reinaba otra cosa que la soledad y la muerte. Ese México sombrío, en donde parece que el Mal parece ser la única forma de sobrevivencia, es el escenario de las letras de una banda que, a medio paso entre la performance y la parodia, fue construyendo su propia mitología. Si Sepultura en su momento aprovechó su procedencia como un signo de distinción para la elaboración conceptual de sus discos —no es casualidad que el último disco antes de la salida de Max Cavalera se llamara Roots o grabaran canciones como “Territory”—, en Brujería nos encontramos con una lectura que toma los escombros de un país profundamente en donde el narcotráfico, los degollamientos arbitrarios y la desconfianza absoluta en el gobierno son el pan amargo de cada día. Y ahí está Cartel land de Matthew Heineman, Heli de Amat Escalante o La jaula de oro de Diego Quemada-Diez para mostrarnos cómo, tras el fantoche y el juego casi teatral de la banda, palpita un centro oscuro que nos deja con algo parecido al escalofrío de una crisis de pánico.

4.
«Llore si le parece / yo x mi parte / me muero de la risa», anota Nicanor Parra en uno de sus textos más conocidos. En Brujería, a pesar del Horror, a pesar de que sus referencias al satanismo, al culto al narco –en “El Patrón”, dedicada al archiconocido Pablo Escobar, dicen: «El señor Pablo Escobar fue un hombre con visión, la visión de ayudar a su gente propia, hombre de familia y el padrino de los pobres, repartió placer al mundo entero»–, todo parece fríamente calculado para decirnos que desde ese centro negro y putrefacto todavía hay alguna posibilidad de dar cuenta del zeitgeist de un país que, en palabras de Bolaño al referirse a Ciudad Juarez, «es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos». Como si ante la inminente llegada de la muerte no quedara otra opción que sentarse a tomarse un vaso de mezcal y contar un chiste oscuro e insondable como ese Horror que no somos capaces de comprender. Y es que, y acá me gustaría tomar una de las crónicas de Foster Wallace, si el 11 de Septiembre del 2001 parecía ser un evento pasmosamente reconocible para el norteamericano promedio –como si películas como El día de la independencia o El día después de mañana fuesen, de cierta manera, una especie de premeditada anestesia simbólica contra la catástrofe que se avecina–, la miseria de México encontrase en las letras de Brujería, en su humor catastróficamente cruel, el único espejo opaco en donde reconocerse.

5.
Tenía algo así como 13 años. Habían caído las torres, un metalero esquizofrénico asesinaba a un sacerdote a vista y paciencia de un corro de crédulos bien pensantes que encontraron en ese gesto la excusa perfecta para enarbolar la bandera de los sanos valores de la iglesia que en sus rincones más oscuros practicaba con desquiciada costumbre del abuso contra menores; Pinochet seguía vivo e impune y un parche de Brujería en el chaleco que usaba para ir al colegio parecía una ingenua y absurda provocación para un conglomerado de adultos criados con una buena dosis de culpa cristiana y misticismo rural pre-capitalista. Repaso en mi memoria esas imágenes ahora opacas: mi padre maneja su auto en el centro de Santiago. En el walkman suena una intro que dice «yo no me quedo me voy con él» para dar paso a una voz gutural que reza «fe en lo viejo te está chingando / virus de Cristo te está fallando», suerte de versión latinoamericana y barriobajera de «I’am an antichrist, I’am an anarchist». En mayo Brujería vuelve a Chile y quizá sea el momento de renovar votos. De asistir a esa misa negra que, sabemos de antemano, es una tremenda joda inofensiva. Un paseo por un desierto poblado de cadáveres que observamos temblando y riendo al mismo tiempo.

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La fe en lo viejo te está chingando

Sobre el autor:

Jonnathan Opazo Hernández (@ensayo_error) es autor de Junkopia y mantiene el blog lacitadeunacita.

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