Los sueños rotos, de Marco Antonio de la Parra

por · Octubre de 2016

Ya está en librerías Los sueños rotos (Ediciones B), el nuevo monólogo del escritor y psiquiatra Marco Antonio de la Parra. Lo siguiente es un adelanto del libro.

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Ya está en librerías Los sueños rotos (Ediciones B), el nuevo monólogo del escritor y psiquiatra Marco Antonio de la Parra. Lo siguiente es un adelanto del libro.

«Muchos se asustan de que esta crisis tenga una salida populista pero me temo, y lo digo suavecito a mi paciente para que no nos asustemos ni él ni yo, que el primer gobierno populista de la nueva democracia post dictadura ha sido, quizás sin darse cuenta, este último».

»Justamente al confiar en el carisma más que en las ideas, justamente al imaginar que cuatro maniobras bastarían para cambiarlo todo, justamente al prometer lo que requería estudios, marcha blanca, ideas fundamentales, procesos de evaluación, cálculos y previsión antes que solamente ganas y las mejores intenciones del planeta».

»Un populismo extraño pues actúa contra la masa, contra la desaprobación, asegurando que este es el camino, porfiadamente. Nunca hubo promesas tan demoledoras. La retroexcavadora. Eso dijeron».

rotos

Los sueños rotos. Monólogo de un indignado
Marco Antonio de la Parra
Ediciones B, 2016
233 p. — Ref. $12.000

Los sueños rotos

1.

El cuerpo sobre la mesa de tracción del quiropráctico. Dolor en la región lumbar. Un pinzamiento entre L4 y L5. Poco importa saber dónde. Duele. Provocado por el estrés, estrés a su vez provocado por la incertidumbre y la ansiedad que ella produce. No relataré mi caso en particular.

El quiropráctico echa andar la máquina de tracción y mi cuerpo parece partirse en dos. El dolor cederá. La sensación de potro de torturas es obvia, pero esta vez su objetivo es que desaparezca el dolor.

El cuerpo humano enfrentado al estrés, a la incertidumbre, a la desconfianza, se contrae en todo su aparato muscular, sobre todo las piernas y la espalda.

Cuando enfrenta lo bello, en el cerebro se iluminan las regiones frontales anteriores. Cuando enfrentamos lo desagradable, se encienden las regiones motoras. Las piernas y la espalda. Huir o atacar.

Somos cuerpo, somos ese Cromagnon en supervivencia. El peligro nos mueve al ataque o a la fuga. Homo sapiens, a veces no tan sapiens, y ahí más peligroso que nunca pues el ataque es inevitable y nos puede dar por quemar iglesias, incendiar casas, eliminar personas, destruir maquinarias, tomar colegios en nombre de causas que pueden ser sólidas o incluso peregrinas perdiendo otros senderos más reflexivos.

La acción se come al diálogo.

Las llamas pueblan el horizonte. Las noticias muestran el descampado, el fuego, los vidrios rotos, la rabia.

Mientras la máquina hace su trabajo pienso si el país está así. Contraído, contracturado, de incertidumbre, desconfianza, angustia y rabia.

Si no queda otra que traccionarlo para que se suelte, para que deshaga los nudos de dolor provocados por la desilusión y la incomodidad.

2.

¿Cuándo empezó todo esto? ¿Desde dónde viene?

Este libro se ha pensado a fuego muy lento, en vivo y en directo y se ha escrito a mata caballo en medio de una ráfaga de acontecimientos. Se leerá de prisa. Para eso está hecho. No conoce otra intención que el pensamiento y la conversación, dos hábitos algo perdidos en medio del fragor de la batalla de cada día.

Se escribe con la misma sensación de incertidumbre. Desconozco dónde irán a parar las reflexiones, estas notas casi aforísticas. Al cierre de la edición veremos. ¿El final del túnel? ¿Veremos la luz? ¿O, como en el chiste que hace Zizek, veremos la luz del tren que viene en contra nuestra?

3.

En el potro de tortura también hay una sensación de diván y también se asocia libremente mientras se siente la acomodación de las vértebras y la elongación de los músculos.

Recuerdo una charla que me invitaron a hacer hace algunos años.

Eran los años de cuentas felices del final del gobierno de Piñera, con cifras de empleo que parecían joyas de utilería y una mirada macroeconómica llena de gentil optimismo. El Chile de exhibición tan cacareado durante décadas. El entusiasmo era el tono general en el Segundo Piso de La Moneda a pesar del rechazo en las encuestas. Los inversionistas respiraban tranquilos y si bien había estudiantes en la calle pidiendo a gritos educación gratuita y de calidad en su versión 2.0 (los años modificarían estas demandas hacia la rigidez absoluta), se les consideraba en sus marchas como ejerciendo un rasgo de juventud, como el acné de la adolescencia; no como un derecho irreprochable.

No se percataban que los agitados estudiantes del 2011 eran una versión corregida y aumentada de la revolución pingüina del 2006. Voces que no era posible acallar solo con esa mezcla de chorros de agua y decretos parciales y palos de ciego.

En esa charla me encontré siendo bastante pesimista. Subrayando lo incierto de la crisis que se venía, que los indignados de Europa eran parientes de la molestia nuestra y que lo inquietante atacaba desde las políticas de dura austeridad para salvar el déficit en el viejo continente hasta el golpe, el duro golpe, de las nuevas tecnologías de la información que trocaban al capitalismo neoliberal por el infocapitalismo, más rápido, más ágil, más avasallador, destrozando Whatsapp las empresas telefónicas, destrozando Spotify y compañía las industrias discográficas, destrozando el streaming y Netflix y YouTube la televisión abierta. Todo tan barato.

Un dólar la canción.

¿Por qué tengo que pagar tanto por mi educación? Los pingüinos del 2006 se convocaron a marchar a través de whatsapp, SMS y RRSS. Son infotecnológicos. Incluso no saben que son post capitalistas. Y post estatistas.

Sus consignas son arcaicas y confusas.

Piden «la educación perdida», aquella que pedía «universidad para todos».

Gritan «Ya va a caer, ya va a caer, la educación de Pinochet».

Y se levantaron pidiendo cambios profundos. Radicales.

Y no se han calmado.

Y repiten las consignas: la educación de mercado heredada de la dictadura, el modelo estatal.

Como le pasa al citado Zizek, cuando habla del futuro no sabe qué decir aunque hace un análisis descarnado de por qué no el capitalismo y por qué tampoco el viejo comunismo y por qué tampoco el socialismo con rostro humano y por qué no la social democracia.

Está en YouTube, por si acaso.

Zizek, claro.

4.

Esa vez fui pesimista, lo que es de muy mal gusto en un speaker al que siempre se le espera motivacional y entusiasmado. Se les contrata para arengar a las huestes. Para que salgan a la dura lucha de la sociedad de libre mercado llenos de adrenalina y con las garras afuera.

No con tristes reflexiones de un entorno cuestionado y un quehacer en jaque.

Quedé con la sensación de haber dicho que el Emperador estaba desnudo. El aroma de éxito que nos rodeaba tapó mi exposición como quien barre bajo la alfombra. Estaban demasiado felices.

Miré las caras largas tras mi alocución. «Da qué pensar» me dijo una señora muy amable. Es que pensar dolía, como duele ahora.

Sebastián Piñera mientras tanto respiraba hondo, con la sensación de haber hecho el mejor gobierno de la transición y quizás (en algún rincón de su mente) el mejor gobierno de la historia de toda la historia de Chile republicano.

Se tomaba las medidas para el busto de bronce cuando vinieron las elecciones.

Todos los números exitosos, todas esas cifras autosatisfechas de un gobierno de derecha (o de centro derecha, para las cuentas finales de eso que llaman el duopolio, vale lo mismo), serían arrasadas por un gobierno de izquierda.

Una izquierda absoluta, el gobierno más a la izquierda que se podía imaginar desde Salvador Allende.

Con reformas que eran cuchillos destinados a desatar una refundación de Chile, una nueva revolución (la palabra vendría después, se limitaron a hablar de reformas), cambios que en lugar de amainar con el paso del tiempo y la puesta en contacto con la realidad, se irían radicalizando y alejándose del poder.

Un poder diluido al cierre de la edición. Un poder que ha perdido sitio y fuerza. Un liderazgo cuestionado.

El “éxito” de Piñera no tuvo seguidor.

¿Por qué?, se preguntó Piñera. Lo he hecho tan bien.

Los sueños rotos, de Marco Antonio de la Parra

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

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