Metronomy y el regreso a la habitación

por · Noviembre de 2014

La banda imaginada por Joseph Mount tocó por segunda vez en Santiago para mostrar su reciente Love Letters, una suma de escritos sobre cartas que nunca se enviaron.

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Fotos: Jorge Molina Z.

1. Hacer creer que eres la banda que hará bailar a un selecto nicho por siempre para luego disparar un disco de baladas oscuras y reflexivas es, en definitiva, un gesto. Es en este sentido que Love Letters (2014) resulta una anomalía en la creciente carrera de Metronomy, un disco lleno de canciones simples y melódicas, a ratos oscuras y otros —escasos por lo demás— de un jolgorio casi irónico, que si bien presenta una vocación vintage y el sonido Motown, no está exento de experimentación art-pop y abstracción. Pensar en Love Letters justamente como eso, una suma de escritos sobre cartas que nunca se enviaron, la contracara perfecta de su disco anterior, English Riviera (2011), el diario de un tipo que tras la gloriosa ilusión del amor, queda hecho bolsa y busca la redención en sus canciones, tan confesionales como íntimas.

2. La segunda pasada de la banda imaginada por Joseph Mount por Santiago, luego de su show en 2011, estuvo marcada por la aparición de este, su cuarto disco —la grandiosa “Love Letters”, “I’m Aquarious”, “Reservoir”, “The Upsetter”—, sin marginar su repertorio anterior —“The Look”, “Corinne”, “A Thing for me”, “Everything goes my way”, “The Bay”—, provocando momentos de baile frenético —la versión sofisticada del añoso pogo— y otros de pausa, ocupados por la concurrencia más bien para hacer vida social y comprar alcohol que para apreciar el show en el escenario, en medio de un repleto y asfixiante Teatro Italia, con una barra al costado, que hacía casi imposible disfrutar plenamente de la presentación de la banda.

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3. Lejos del virtuosismo —Metronomy en vivo dista bastante de ser perfecta en cuanto a lo técnico— y con la inquietud punk de generar sonido más allá de dominar el instrumento que lo produce, el show resulta una joya cuidada, en donde cada detalle ha sido calculado, las coreografías de los músicos, pequeños bailes que homenajean a los coristas soul, la entrada y salida de cada integrante, los pasos de estos de un instrumento a otro, hasta los roles que cumple cada uno: Anna Prior –que de la batería pasa a la voz en “Everything goes my way”– es la presencia femenina, Oscar Cash en guitarra y teclados parece sacado de algún show de música de los 60’s, el nigeriano Olugbenga Adelekan en las cuatro cuerdas, sería el músico afroamericano también arrancado de algún show televisivo del recuerdo.

4. Sorpresivo, por cierto, el cóver de “Here comes the sun”, en la voz de Oscar Cash, aunque no impredecible. Durante su interpretación, Mount se posiciona en los teclados y nos recuerda la cantidad de veces que ha citado ese paso a los sintetizadores en medio de la guitarra: en la misma “Some Written” que sonó antes, de hecho.

5. Más que una banda, Metronomy es una fantasía de su creador, Joseph Mount, que pasó de producir y remezclar canciones de otros a los escenarios, a la pista de baile, defendiendo lo propio, el show en Santiago lo confirma. Con un cuidado estético y de la puesta de escena casi teatral, Metronomy cumple, dejando un lindo sabor en los labios. Un show intercalado de canciones hermosas y bailables, extraviadas entre lo análogo y lo digital, entre discotecas exclusivas y la habitación más oscura.

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Metronomy y el regreso a la habitación

Sobre el autor:

Daniel Hidalgo (@dan_hidalgo). Publicó los libros Barrio Miseria 221 (2009) y Canciones punk para señoritas autodestructivas (2011).

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