Mi San Valentín con Calamaro

por · Febrero de 2015

Andrés Calamaro y su debut en Cosquín Rock. Crónica desde Córdoba.

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Santa María de Punilla, provincia de Córdoba, Argentina. Son más de las dos de la mañana y parece que alguien rajó el cielo porque lo que cae no es una simple lluvia. Llueve y llueve con todo. Como en la escena final de una película histórica, en el predio de este aeroclub llueve a cántaros. Sobre el pasto, encima de las treinta mil personas, arriba de los equipos también. Las noticias dirán que fue una tormenta histórica, nosotros diremos que se trató de la épica del clima en momentos contados a dedo (por ahí en Vélez y El Abrazo de Santiago. Ambas con Charly como protagonista). Llueve.

Calamaro hace “Flaca” pasada la medianoche cuando empieza la tormenta, pero unas horas atrás Babasónicos apenas modificó el piloto automático de sus últimas presentaciones, con Adrián Dárgelos cantando cada línea de manera teatral. Un poco antes, Auténticos Decadentes había transformado el lugar en una fiesta en voz de Cucho Parisi. Por ahí “Raquel” y sobre todo “La guitarra” encendieron las gargantas. Pero nosotros nos detendremos en Andrés Calamaro por varias razones. Primero, tiene a su cargo el cierre del primer día de Cosquín y buena parte de las expectativas. Después de quince años de amagues con el organizador José Palazzo, Calamaro debuta en este festival. Y, era que no, lo hace con veinticinco canciones y todo su arsenal de músicos. «Je suis Calamaro», partió presentándose y en seguida el riff rabioso de Baltasar Comotto para abrir con “Alta suciedad”. La hinchada coreó “Mi enfermedad” y “Paloma”, pero todavía más cuando invitó a encender un faso en “Loco”. Por ahí Sergio Verdinelli (batería) y Mariano Domínguez (bajo) hicieron de locomotora en un repertorio cargado al mosaico. Porque hubo de todas sus etapas. Desde el seminal “Mil horas”, de Los Abuelos de la Nada, a las canciones más nuevas de su disco Bohemio —“Rehenes”, “Doce pasos”, “Cuando no estás”—. De su periodo El salmón —“Gaviotas”, “El salmón”— a la rockola Rodríguez —”A los ojos”, “Me estás atrapando”, “Sin documentos”, “Todavía una canción de amor”—. Y, por si quedan dudas de su escritura prolífica, un tanto más. Todavía más. Por ahí las sentidas “Los aviones”, “Estadio Azteca” y “Los chicos”, dedicada a los músicos muertos (Cerati, Spinetta y el español Guille Martín). Minutos cáusticos de una noche que siguió sangrante, entre remeras del Indio y La Renga, cantados bajo un lluvioso San Valentín. Con un gran juego de cuerdas entre los guitarristas Julián Kanevsky, Comotto y el propio Calamaro, que iba y venía de su teclado a tomar la posición de frontman, o a colgarse la viola como uno más.

Con un toro tatuado en el antebrazo y otro en el bíceps, además de la pegatina sobre su fender verdeagua, Calamaro bajó el telón de la primera noche de Cosquín con un improbable. “Sucio y desprolijo”, de Pappo’s Blues, coreada bajo el diluvio. Un cierre inmejorable como esos asuntos imposibles de repetir. Al final de la ovación, ni lo empapados nos sacaba la sonrisa hasta las noticias del día siguiente. Caminos anegados, ríos a punto de salirse y un montón de damnificados por las lluvias que obligaron a cambiar la segunda jornada de Cosquín. Mi San Valentín inundado por las lluvias y Calamaro.


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Mi San Valentín con Calamaro

Sobre el autor:

Francisca Cerda

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