Nine Inch Nails: Autoflagelo

por · Abril de 2014

Más que un show de NIN, un repaso vital a los sufrimientos y pasiones de Trent Reznor.

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Chris Fussell es el primero en subir. Con un micrófono enganchado al cuello de su polera negra, el production manager de Nine Inch Nails relojea al equipo encargado de montar el escenario. Sereno y enfocado, Fussell acomoda los seis paneles con luces que cubren las espaldas del grupo. Una a una las estaciones de instrumentos entran y así se comienza a dibujar la silueta del espectáculo.

«Pa’ esta pura hueá pagué la entrada. Al fin un concierto de verdad en esta cagada de festival, hueón», se escucha decir en la tercera fila desde la reja. Justo al medio, justo frente al puesto de Trent Reznor, amo y maestro de Nine Inch Nails. El hombre que pronunció esas palabras, un calvo promedio entrando a los cuarenta años, mira con neurosis los últimos detalles de la instalación del escenario, al tiempo que vigila su teléfono, anticipando el inicio del show. Apurado, fuma un cigarro, el que termina por botar al piso cuando una característica guitarra comienza a sonar cada vez más cerca. Brazos al aire. Es “Pinion”, la canción más corta de todo el catálogo de NIN, que abre el primer EP de la banda y, que a su vez, fue la cortina de la presentación en Woodstock 94’ y de todo el Self Destruct Tour.

Es Ilan Rubin, el baterista de 25 años, quien da el vamos. «THIS IS THE FIRST DAY OF MY LAST DAYS!», grita el público a coro, en estado de enajenación. Con “Wish” de fondo, Trent Reznor entra al escenario, acompañado por Robin Finck (guitarra) y Alessandro Cortini (sintetizadores y bajo), todo entre focos azules y luces blancas estroboscópicas.

Si había un epiléptico en el público, probablemente no sobrevivió a ese momento.

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Sin bajar la intensidad, el cuarteto continúa con “1.000.000”, la canción con que iniciaron su primer concierto en Chile. Tal como hicieron con los dos primeros temas, vecinos en el disco, la cuarta interpretación del setlist respeta ese orden. Así como en The Slip (2008), “Letting You” es la que sigue, y todo hace sentido. Este concierto no estaba pensado en los fanáticos de singles.

Primera pausa. “Me, I’m Not” permite respirar por primera vez desde que se apagaron las luces. El mismo Reznor controla los efectos por los que pasa su voz, en un micrófono especialmente adaptado, metiéndole un hipnotizante delay al final de ciertas frases. Aquellos que estaban perdidos se enchufan inmediatamente con “Terrible Lie”, obra del inicial Pretty Hate Machine (1989). Le sucedió “March of the Pigs”, quizás el momento más violento de toda la presentación.

Si bien la tecnología es parte crucial del espectáculo, el factor teatral humaniza el show. A medida que este avanza, la expresión facial de Reznor toma formas y muta. Su cuerpo se sacude, patea, grita y se desespera. En todo momento vive el tormento que lo llevó a reflejar sus etapas más oscuras en la música, una forma de terapia que hoy lo tiene casado y con hijos.

El concierto continúa con un sorprendente y virtuoso Ilan Rubin, quien sale de la batería y se hace cargo del piano. «¡Cómo la sufre este hueón!», se escucha, mientras Reznor hace pucheros y estrangulaba el atril del micrófono en “Something I Can Never Have”. Las luces cambian de azul a verde. Sampleos de la película Leviathan (1989) anticipan la autoflagelación de “Reptile”, reflejada con el grito desesperado que Reznor suele hacer en el segundo interludio.

Ahora, el momento más interesante del show. Una drum machine dulce y moderna desconcierta a quienes no han visto lo que el grupo viene haciendo hace poco menos de un año, fecha marcada por su retorno a los escenarios. A pesar de que suena como si hubiese sido compuesta la semana pasada, la canción que se escucha es del primer disco. “Sanctified” define lo que Nine Inch Nails vino a hacer a Chile: rescatar su historia a través de la renovación constante y la actitud visionaria por parte de su líder.

La renovación de NIN no es por ningún motivo casual, ni menos una desesperada forma de vigencia en 25 años de historia. Estar por delante de la vanguardia es una actitud que forma parte del modus operandi de Trent Reznor. Desde su relación con el mundo digital a la forma de presentarse ante el público en vivo en cada gira, Nine Inch Nails no escatima en ir más allá. Incluso si eso no resulta rentable económicamente, algo de lo que el frontman se ha quejado en publico.

Solo con tres canciones de Hesitation Marks (2013), el disco estrenado en septiembre del año pasado, la presentación en Chile responde a una revisión de la historia de vida de Reznor, algo que todos los fanáticos alguna vez esperaron. “Burn”, “The Great Destroyer”, “Beside You in Time” y “The Big Come Down” suman más que cualquier single en cuanto a la profundidad lírica y la agudeza musical. La elección del setlist está enfocada en canciones llenas de texturas, paseando por distintas eras y estados de ánimo.

El detalle magistral de la noche fue la sutil y melancólica “Hand Covers Bruise”, tema instrumental y parte de la banda sonora de The Social Network (2010), trabajo que, junto a Atticus Ross, le dio un Oscar a Reznor en 2011.

Tres hits de distintas épocas marcan el cierre del concierto. “The Hand That Feeds” y “Head Like a Hole” quemaron toda la energía que aún quedaba en el público, dejando como vestigio una guitarra destruida en la mitad del escenario. Y como es costumbre, el cierre y despedida estuvo musicalizado por “Hurt”. El lamento post-mortem al final de The Downward Spiral (1994) fue el último eco de la banda en el Parque O’Higgins.

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Nine Inch Nails: Autoflagelo

Sobre el autor:

Pablo Donoso

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