No vender engaño: Santiago Auserón en Chile

por · Noviembre de 2016

Es figura de la música y la cultura españolas hace más de treinta años, pero en su primera visita a Santiago el ex Radio Futura enfrentó lo impensable: la audiencia reducida de un debutante y apenas una petición de entrevista (ésta).

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—¿Ya ven? Se puede armar un lindo concierto sin himnos radiofónicos —lanzó Santiago Auserón desde el escenario que, a mediados de noviembre, acogía su primer recital en Chile—. Entren a esta fiestecita casera en el patio de mi casa. Sé que me demoré sesenta y dos años en llegar aquí. Esto ha sido tan lindo, que espero no demorarme otros sesenta y dos en volver.

Guitarra, traje y sombrero, el elegante zaragozano parecía esa noche animado. Y la situación hubiese sido encantadora de no estar montada en un contexto incomprensible, incluso incómodo: frente al músico y sus dos acompañantes en trío no éramos más de setenta auditores. El Club Chocolate del barrio Bellavista dejaba así a una de las estrellas de la música española —voz y rostro de al menos un par de pasos clave de «La Movida» madrileña de los ‘80, hoy prestigiado cantor popular, ensayista e investigador; doctorado en Filosofía y Premio Nacional de Músicas Actuales 2011— ante un público de tamaño contradictorio con su brillante trayectoria. Esa noche Auserón era un artista desafiado y, nosotros, oyentes de privilegio. El canto enérgico, las extensas narraciones antes de cada canción, el repaso de una discografía de casi veinte títulos (primero con el grupo Radio Futura, más tarde en su seudónimo Juan Perro) se ofrecían sin embargo generosos, como si hubiésemos sido mil.

Un día antes, en el encuentro para esta entrevista, la única que dio en Santiago, el autor había hablado de la necesidad que alguna vez sintió por huir de las multitudes, de estadios con hasta veinte mil asistentes y pasillos «con guardias de walkie talkie». Del sinsentido de animar a gente cuyo canto en masa llegó a sonar más fuerte que el suyo frente al micrófono.

—No me arrepiento de haberlo hecho, de haber caminado hasta ahí para verlo y participar, y medir hasta qué punto se puede llegar en un momento social o históricamente favorable para que un arte popular irrumpa a través de los medios. Pero a sabiendas de que luego… la mercancía es mercancía, y estamos en el mercado. Y se puede hacer un mercado honesto en el que no vendas engaño.

—¿No es posible aquello dentro de una banda de éxito?

—Hubo un momento en que el peso grande de la industria nos llevaba a algo que veíamos falso. Y, bueno, se salió un poco de los márgenes que podíamos controlar sin ceder. La Movida Madrileña fue interesante antes de que llegaran las grandes empresas a firmar contratos y a derivarlo todo por vía de una rentabilidad incontrolada. A mí empezó a pesarme demasiado.

En los años ochenta, Santiago Auserón fue, sí, una estrella pop (hasta Chile llegó entonces la agudeza de “Veneno en la piel“; el título de uno de sus discos inspiró el nombre del grupo La Ley), pero luego ha sido otras muchas cosas que lo han ido delineando entre los más singulares nombres de la música en castellano. Ocupado hoy entre composiciones, recitales, charlas y la publicación de libros, Auserón anima una vocería pensante, cuyo interés por la confluencia de lo popular y lo culto lo ha puesto en una doble función como cantautor e investigador.

Se prohibió quedar fijo en un momento de fama y fortuna. Lo que vino después le dio la razón:

—Cuando veo las obligaciones de las que me liberé, veo que ahí es donde acerté con el final de Radio Futura. Es renunciar a ganar mucho dinero, pero la cosa es elegir qué quieres hacer con tu vida. Esto no dura mucho tiempo.

—Es sorprendente que ésta sea tu primera visita a Chile.

—Sinceramente, tener una primera visita al Cono Sur después de tantos años es una conmoción, un contraste muy fuerte con el hecho de que mi generación se ha educado con un influjo continuo de su cultura y de sus eventos históricos. Y políticos, y literarios, y afectivos y humanos. Porque entre tanta gente con la que nos hemos educado, del exilio y sin exilio, siempre ha habido chilenos, argentinos, uruguayos. Ha sido una dirección en el aprendizaje a lo largo de toda mi vida por ejemplo en las letras, que me interesan especialmente: soy una persona formada en las letras antes que en la música.

—Incluso considerando tu trayectoria es curioso que no hubieses venido antes.

—Vamos a ver, hay dos hechos fundamentales: yo pude haber hecho el Cono Sur en plan estrellato en la época de Radio Futura, porque estaba vendiendo muchísimos discos, se disparó en México el movimiento «Rock en tu idioma» y coincidió con la salida de “Veneno en la piel”. Era el momento para hacer las Américas a tope, pero yo había llegado al límite de mis posibilidades de aguantar la tensión del business. Sentí la necesidad de salir huyendo.

—Tenías a cambio tu otra vocación. Venías de estudiar Filosofía, en París.

—Naturalmente. Venía de otro campo cuando me comprometí con el oficio musical, de la escritura de canciones, como un modo de creación y de pensamiento. Iba destinado a ser profesor de instituto y me apeteció más andar por el otro camino. Y es interesante pasar por ahí siempre y cuando no pierdas la sustancia. La cuestión es cuánta energía tienes para llevar la pelea adelante y cuánto estás dispuesto a ceder.

Auserón se había licenciado de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid en 1977 y viajó luego a París para continuar con otros dos años de estudio. Tuvo, entonces, entre sus profesores a Gilles Deleuze. El ascenso de Radio Futura lo desvío durante toda la década de los ochenta en la dinámica de la música popular, a la que nunca ha abandonado pese a sistematizar en su adultez la escritura y la investigación. Su tesis “Música en los fundamentos del logos” le hizo obtener, hace un año, el grado de Doctor en Filosofía.

«Los músicos son filósofos natos y maestros del pensamiento», dijo una vez, en una de las cientos de entrevistas que gustan de presentarlo como «el músico-filósofo». Pero Auserón observa el oficio que lo volvió famoso con el agradecimiento del allegado. Él es, más bien, el filósofo nato que cayó rendido ante la música:

—Cuando me di cuenta que quería asumir el destino de convertirme en un investigador o en un escritor de canciones, pues pensé que mi obligación, la primera, era poder reclamar el precio de la entrada sin engaño. ¿Y entonces qué voy a ofrecer a cambio? Pues una dedicación. Que yo meta toda la carne al asador tanto a nivel teórico como práctico. Si no me he formado como músico sino que como estudiante de filosofía, pues tratar de pensar, seleccionar las mejores ideas, aprender, juntarme con músicos que me permitan manejar un poco mejor el instrumento. Porque es verdad que el tema de la canción se transformó para mí en una pasión ciega, lo sigue siendo. Creo en la canción. Y luego la investigación te lleva a descubrir que en realidad el soporte más antiguo que tenemos está formado por el lenguaje y los sonidos musicales; más antiguo que la cerámica incluso. Para mí estos son los misterios profundos, y por eso no hago demasiada diferencia entre la reflexión filosófica, la práctica musical, el escribir las letras o el tocar la guitarra, porque todo me conduce al mismo punto.

Dedicarle «un rato a la guitarra, un rato a la escritura, un rato a la lectura de libros que me cuesta entender» es como Auserón ha resuelto la disparada energía de su creación y pensamiento. Van ya dos ensayos de su autoría, ambos de enlace entre música, pensamiento y raíces: La imagen sonora. Notas para una lectura filosófica de la nueva música popular (Episteme, 1998) y El ritmo perdido. Sobre el influjo negro en la canción española (Península, 2012). Su dedicación académica lo lleva a veces a charlas y seminarios. Es un orador con las ventajas de tal, también cuando presenta una canción en el escenario —en su actual disposición en trío no tienen para qué hablar los magistrales instrumentistas Joan Vinyals (guitarra) y Gabriel Amarganto (saxo y clarinete)— y cuando alarga a sesenta minutos esta conversación acordada de repente, en los pocos días de una visita a Chile que prácticamente no tuvo promoción previa.

—Soy un privilegiado por las horas de insomnio. Puedo sacar adelante varias disciplinas porque duermo poco, tal vez eso acabe con mi salud [sonríe]. Aprovecho las noches para leer o para escribir, para darle vueltas a la batidora en la cabeza. La verdad es que si tengo un mes completo de dedicación a la lectura o la escritura, la reflexión me empieza a hacer pensar en los temas que más me calientan, y siempre es el de la canción, de la relación de las estructuras del lenguaje con las estructuras del ritmo y de la sonoridad, la entonación, qué es la armonía, qué significa, qué son los sonidos armónicos.

—Tienes ya dos ensayos publicados y nadie te apura con un nuevos disco. A estas alturas, podrías haber dejado las presentaciones y desentenderte de la promoción.

—A menudo lo pienso, cuando me siento cansado. Porque el insomnio, la tontería del business y el cultivo de la carrera, el tener que llevar varias actividades a la vez… Ya he pasado los 60 y arrastro un agotamiento crónico, y a veces sueño con la cosa de decir ¿por qué no haces como los sabios taoístas y te retiras al campo y dedicas lo que te queda de vida a mirar la luz y la oscuridad? Claro, es una tentación enorme.

—No te lo decía a mal. Es linda también la persistencia que ha tenido la música en tu vida.

—Es que va con mi carácter: en cuanto tengo un reposo de dos días ya me entra otra vez el nervio y quiero ir a la carretera y encontrarme de nuevo con los músicos. La música es muy fuerte, la música es sagrada. De una sacralidad laica, pero es sagrada. Son las fuerzas del cosmos. Es la manera en la que los seres humanos tenemos noción inmediata de cómo se construyen las relaciones entre las cosas. Vibraciones que te llevan a conectar con los hechos, con las presencias físicas un poco más allá, de proche en proche, como dicen los franceses.

Quizás haberse escudado hace veintitrés años en un seudónimo sea para Santiago Auserón una forma de darse un descanso (ocupado) desde su antigua figuración de estrella. Van ya seis discos de Juan Perro, el alter-ego que asumió en 1993 en parte como nueva identidad promocional, pero además para llevar su música por los senderos antes inexplorados de la fusión entre lo español, lo caribeño y lo afroamericano. La música de Juan Perro suena, efectivamente, como la de otro músico: surgió ante el encantamiento irremediable del autor con el sonido y los músicos que conoció en su primer viaje a La Habana, en 1984. El son fue para él un golpe de secuelas irremediables, que no sólo enriqueció su composición con honduras y calores nuevos, sino que también lo llevó a colaborar con octogenarios que más tarde serían estrellas globales. Atención: Auserón produjo la primera antología de la obra completa de Compay Segundo, ¡y fue él quien se la mostró por primera vez a Ry Cooder, quien no lo conocía!

El relato de la génesis de Buena Vista Social Club le debe un cupo.

El single-2016 de Juan Perro, “Los inadaptados” es fiel con la opción de hace ya dos décadas por afinar canciones austeras, que más dialogan que adaptan la tradición que buscan homenajear. En ellas Auserón se ha permitido afirmarse como cantor-crooner,sobre versos suyos que van directo al corazón. Si esa nueva canción lo deja frío, vaya usted y vea qué le pasa con “No más lágrimas” (que en su concierto en Santiago cantó a capella).

—Si se escribe que eres «un filósofo en la música», y luego se esperan de ti reflexiones elaboradas sobre creación y cultura popular, cumples con satisfacer el cupo en prensa para artistas opinantes. ¿Te acomoda?

—A mí los clichés esos me ponen muy nervioso. No me siento cómodo. Mi vocación no es de provocador, aunque soy inquieto y necesito pensar en las cosas. No me sentí cómodo antes siendo un ícono público y huí, escapé de eso. Y el cliché también del cantante social organizando acciones benéficas y tal… [hace un gesto de hastío]. Mira, yo me repliego y me pongo en la postura del hijo de vecino. Soy un ciudadano más. Si adquiero alguna popularidad como artista trataré de mantenerlo estrictamente en el terreno artístico; confundir los términos no creo que sea bueno. No creo que produzca mucho cuando un artista trata de utilizar su relativa relevancia como para hacer grandes actos declarativos. Si Bruce Springsteen va y toca para Hillary Clinton, va y pierde Hillary Clinton. Tengo mi pequeño ego, como todo el mundo, pero creo que lo cultivo (y lo destruyo también) en terrenos más… familiares [sonríe]. Hablo contigo e intercambiamos opiniones, pero es todo. No ejerzo ni pretendo ejercer. En ese terreno me gustaría limitarme a ser una persona como tú o cualquier amigo tuyo.

No vender engaño: Santiago Auserón en Chile

Sobre el autor:

Marisol García

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