Poemas y antipoemas

por · Septiembre de 2014

«Poemas y antipoemas es un pilar de la poesía chilena. Parra no solo enseña a escribir contra Neruda sino contra la misma idea de la poesía».

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En octubre de 2008 Ediciones B publicó Cien libros chilenos, donde el escritor y crítico literario Álvaro Bisama propone una biblioteca de la tradición literaria chilena, a base de decepciones, sorpresas, fanatismos y sospechas. Esto es lo que escribió a propósito de Poemas y antipoemas (1954), de Nicanor Parra, un libro que cumple sesenta años.

antipoemas

Nicanor Parra transformó la poesía chilena con este libro en los momentos exactos en que Violeta, su hermana, comenzaba a escribir sus décimas. De hecho, es posible ver en ambos libros una misma ansia, la del hablar el lenguaje de la calle, la de extinguir cualquier clase de solemnidad lírica. Los Poemas y antipoemas trajeron por fin ese aire fresco que los surrealistas chilensis de La Mandrágora prometieron pero que solo ventilaron a medias: una ventolera que habría de desbancar de una vez por todas el proyecto nerudiano. Venido de nadie sabe dónde (de un lugar indeterminado entre Chillán y Oxford, de los restos de la lira popular, de los pasillos del Internado Nacional Diego Barros Arana), con este volumen esencial Parra hizo pedagogía de choque y les enseñó cómo escribir a las generaciones siguientes.

Es la principal gracia de Parra: su condición de virus impenitente e insomne, de modelo para armar. Eso está en su libro fundacional, donde, al indagar en las imágenes confusas de la moderna vida chilena, logra algo que puede ser identificado como una forma distorsionada de sabiduría.

Antiépico, cómico, triste y brillante, Poemas y antipoemas contiene poemas clásicos como «Hay un día feliz», «Soliloquio del individuo», «Autorretrato» y «Epitafio». En ellos y otros sugiere una nueva actitud hacia el lenguaje. Parra habla como escribe y escribe como habla. Hace desaparecer a los mediadores, convierte las epifanías en chistes, cancela la coherencia en aras del enigma, vuelve profundo lo patético. Lo logra demoliendo el poema como institución: Parra escribe desde la desarticulación de toda solemnidad, desde el riesgo de saber que todo puede explotar a la vuelta de la esquina, en la plaza del pueblo:

«Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte:/ “¡Las risas de este libro son falsas!”,/ argumentarán mis detractores/ Sus lágrimas, ¡artificiales!/ “En vez de suspirar, en estas páginas se bosteza”/ “Se patalea como un niño de pecho”/ “El autor se da a entender a estornudos”/ Conforme: os invito a quemar vuestras naves,/ Como los fenicios pretendo formarme mi propio alfabeto./ “¿A qué molestar al público entonces?”, se preguntarán los amigos lectores:/ “Si el propio autor empieza por desprestigiar sus escritos,/ ¡Qué podrá esperarse de ellos!” Cuidado, yo no desprestigio nada/ O, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,/ Me vanaglorio de mis limitaciones/ Pongo por las nubes mis creaciones.»

Ese hablante es el reverso del que aparecía en el Canto general de Neruda, porque no quiere construir nada, no aspira a volverse memoria, mientras duda una y otra vez de sus propias capacidades como observador de la realidad. Y si leer el volumen es complejo ahora, es difícil precisar lo helados que dejó a los lectores al momento de su aparición. Parra hace sencillo lo indecible, convierte la claridad en una herramienta de demolición de la pompa poética. Por supuesto, hay algo político ahí. Parra, como los beatniks, prefigura la década siguiente, intuye en la voz de Poemas y antipoemas la posibilidad de un habla desnuda y civil que ha arribado desde el silencio, la mudez, la invisibilidad.

De este modo, Poemas y antipoemas invalida toda guerrilla literaria previa: cualquier ejercicio de ego luce presuntuoso ante su poesía despojada de barroco, incrustada en la realidad gris de la vida misma. Parra está contra la impostación, contra la lengua fortificada de la metáfora perfecta, contra el adorno cristalizado de un lenguaje iluminado. Por eso su libro es una declaración de principios y la sugerencia de la inhabilidad de la lírica apertrechada en la aspiración de lo sublime. Sin ir más lejos, Poemas y antipoemas invalida toda la obra de Gonzalo Rojas incluso antes de haber sido escrita, dejando ya obsoleta la melosa manía de un ritmo alambicado.

Lo suyo es la invasión de lo trivial, la derrota gris del día a día, la soledad amorosa amplificada por los ecos de la ciudad moderna, el sonsonete del fracaso como único ritmo:

«Por el exceso de trabajo, a veces/ Veo formas extrañas en el aire,/ Oigo carreras locas,/ Risas, conversaciones criminales./ Observad estas manos/ Y estas mejillas blancas de cadáver,/ Estos escasos pelos que me quedan./ ¡Estas negras arrugas infernales!/ Sin embargo yo fui tal como ustedes,/ Joven, lleno de bellos ideales/ Soñé fundiendo el cobre/ Y limando las caras del diamante:/ Aquí me tienen hoy/ Detrás de este mesón inconfortable/ Embrutecido por el sonsonete/ De las quinientas horas semanales.»

Por todo lo anterior, Poemas y antipoemas es un pilar de la poesía chilena. Parra no solo enseña a escribir contra Neruda sino contra la misma idea de la poesía. El libro exhibe la democrática tesis de que la literatura no es algo distinto del habla común, de que el poema no debe ser un misterio para nadie. Nicanor Parra enseña todo eso y sonríe en la oscuridad: la antipoesía es un acta de defunción, es la actualización de aquella lengua nueva que las vanguardias habían prometido. Lo irónico, lo inquietante es que demuestra que no había que avanzar demasiado para producir una poesía que sintetizara la experiencia de lo humano en la mitad exacta del siglo veinte. Había que simplemente quedarse quieto en medio de la calle: «Cultivo un piojo en mi corbata/ Y sonrío a los imbéciles que bajan de los árboles».

cien libros chilenos

Cien libros chilenos
Álvaro Bisama
Ediciones B, 2008
313 p. — Ref. $11.000

Especial Nicanor Parra

Poemas y antipoemas

Sobre el autor:

Álvaro Bisama (@alvarobisama) es autor, entre otros libros, de las novelas Caja negra (2006), Música marciana (2008), Estrellas muertas (2010), Ruido (2012), El brujo (2016) y el volumen de cuentos Los muertos (2014).

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