Usted no está aquí: animales perdidos en la ciudad

por · Julio de 2016

Reseña a La experiencia formativa de Antonio Díaz Oliva.

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Es siempre una flecha roja la que muestra un punto en el mapa: Usted está aquí. Uno puede no conocer ninguno de los nombres de las calles, ni los edificios allí expuestos, pero algo de alivio se siente al ver esa flecha. Usted está. Aquí. Con un poco de imaginación y capacidad de seguir instrucciones, puede llegar a cualquier parte. A alguna parte. En las historias de La experiencia formativa, primer libro de cuentos del escritor chileno Antonio Díaz Oliva, no existe ese alivio. O tal vez el alivio esté precisamente en eso, en saber que uno todavía puede perderse. Que basta dejar el celular en el bolsillo, no hacer preguntas y dejarse llevar para que la ciudad, una ciudad como Nueva York, se olvide de uno. Esa ciudad que mira sin ver, esa ciudad que nunca recibe del todo.

El libro comienza con un relato ambientado en Chile. O casi. La verdad, la historia sucede en una colonia hippie alejada de todo, especialmente de la historia. Una burbuja a donde ni siquiera llegan los rumores, una realidad que, en su negarse a conectar con el resto del país, también es cómplice y terrible. Afuera desaparece gente y hay violencia; adentro hay unos extraños padres fundadores que obligan a sus hijos a cultivar la tierra y escribir en cuadernos para luego dejarlos salir por un año a enfrentar el mundo (y así decidir si quieren volver o no a la comunidad). Díaz Oliva es astuto y deja que poco se filtre en esta colonia, suerte de versión nacional de The Village, la película de M.Night Shymalan, solo que aquí el engaño es solo a medias, y el silencio pesa más que cualquier monstruo.

Chile es la realidad que se mira de lejos y todos son un poco fantasmas.

Usted no está aquí, usted no quiere estar aquí.

Los tres cuentos restantes —se trata de un volumen breve, solo cuatro relatos— sí pasan en Nueva York. O pasan sobre Nueva York. O Nueva York les pasa por encima. En “Prefiero a mi mami” un fisicoculturista, que fracasa en su intento de alcanzar el sueño americano, le escribe cartas a su madre desde la Gran Manzana, donde se encuentra haciendo una maestría en «escritura curativa». Si bien, en un nivel, la ironía y burla frente a los estudios de creative writing en el extranjero sacan más de una sonrisa, lo que subyace es como un pozo de pena donde lo que abunda es el fracaso. Los personajes están allí para deshacerse. Para transformar los sueños en otra cosa. Para deseducarse. Como el caso de dos hermanas, compañeras del protagonista, que han hecho maestrías y doctorados en Estados Unidos y ya no encuentran trabajo por estar sobrecalificadas. Dice el narrador: «Por eso ahora su meta es (des)educarse y buscar una forma de olvidar lo que aprendieron, tanto en el doctorado como en la maestría como en el pregrado».

Usted no está aquí. Usted ni siquiera está.

“Animalitos que fumé para salir de la depresión” —a mi gusto el mejor cuento de la colección, ese donde uno estira las piernas, camina, encuentra su lugar en el libro— trata de un escritor fantasma (y ahí tenemos ya otra espectralidad) que trabaja investigando las muertes de jóvenes estudiantes en Estados Unidos. La idea no es encontrar un culpable —todas las muertes son suicidios— sino de armar una narrativa que deje más tranquilos a los que quedaron del lado de los vivos. El narrador investiga la muerte de Ana Reitman, una chica que, escribe el protagonista como parte de su trabajo de reconstrucción, «aprendió a andar en bicicleta a los seis» y «trece años más tarde, se subió a otra bicicleta» que la sacó para siempre del circuito de protección de sus padres, así como también persigue las historias de los ithakids (los estudiantes suicidas de Cornell). Nuevamente el pozo del fracaso es de aguas turbias, con algas que te tironean hacia el fondo. Si en “Prefiero a mi mami” hay una reflexión sobre los segundones —los que no pudieron, los que casi llegaron—, en este cuento el fracaso y el horror de las expectativas es brutal.

Comenta el narrador: «Podía ser la presión de los padres, o una pareja, o las malas notas, o la crisis económica de Estados Unidos, o el vacío interior propio de la juventud o por haber dejado sus casas. No sé qué sucedía, pero no había un semestre sin un caso. Existía una narrativa de suicidios que las universidades gringas silenciaban. Y que yo me encargaba de escribir y enviar a los padres, quienes, el día en que los veían partir rumbo a su experiencia universitaria, perdían el control sobre las vidas de sus hijos. Ese era mi trabajo, contarles esos últimos años; lo que no sabían o lo que sus hijos escondían».

Y también: «Si algo entendía cada vez que me tocaba reconstruir las vidas de chicos y chicas suicidas, es que uno nunca llega a conocer realmente a la gente. Ni siquiera a la que tiene al lado».

Usted no está aquí. Usted decidió no estar aquí.

(Hay algo que decir sobre los padres en estos cuentos: otros fantasmas. Los de las navidades pasadas y presentes [porque el futuro no se ve, o se ve nublado] y que recolectan historias de esos hijos que no entienden, que contestan cartas sin que podamos leerlas, que toman decisiones que afectan para siempre a sus familias. En un momento comenta el narrador de “Prefiero a mi mami”: «No hay nada más asfixiante que a uno lo obliguen a ser una versión mejorada de sus padres». Aquí los padres proyectan una sombra sobre sus hijos, aunque ellos no lo quieran. Una sombra hecha de silencios, de abandono, de expectativas furiosas).

Por último, el relato final, “La ciudad ya escrita”, es una historia de vaivenes. El narrador despierta en el metro, llegando a Coney Island y no sabe muy bien cómo. El deambular, por esa playa, con un parque de diversiones tan a punto de desarmarse también —en una atmósfera que recuerda algunas escenas de Mr. Robot— y el trayecto en el metro, despierta asociaciones entre su vida en Chile (los viajes en tren en Temuco, la vez que vio cómo el conductor le disparaba a una vaca en el camino) y episodios pasados en esos mismos vagones neoyorquinos (con historias de violencia hacia unos gatos, con intentos de escribir en una libreta, con el esfuerzo de leer una novela que también se deshace (en el tedio, la velocidad): «Sacas la novela que llevas en tu mochila y las frases se deshacen enfrente tuyo. No son palabras, son líneas que chocan entre sí y no van hacia ninguna parte»).

La reflexión final queda flotando, triste: «El metro se detendrá, las puertas se abrirán y caminarás. Aunque en realidad no sea tu parada. Y tampoco tu ciudad».

Usted no está aquí. Ésta no es verdaderamente su ciudad (y nunca va a serlo).

La experiencia formativa habla de experiencias que no llenan, que asfixian en sus intentos de orden, dejando que los animales se asomen, a ratos, para ser testigos incómodos: los conejos que empiezan a aparecer en el primer relato y que desencadenan violencias y malos entendidos; los animalitos que fuma el protagonista del tercer cuento para sobrevivir a una depresión pantanosa, o esos animales, algo aterrados, en la ciudad y la experiencia de viaje, en el último. Presencias que recuerdan esos poemas de Poeta en Nueva York de García Lorca (ese libro también de encuentro con la gran ciudad, ese libro que se publica después de la muerte: otro fantasma): «Debajo de las multiplicaciones/hay una gota de sangre de pato». Y también, en “Danza de la muerte”: «Era el momento de las cosas secas, / de la espiga en el ojo y el gato laminado, / del óxido de hierro de los grandes puentes / y el definitivo silencio de corcho // Era la reunión de los animales muertos, / traspasados por las espadas de la luz; / la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza / y de la gacela con una siempreviva en la garganta».

En los relatos de Díaz Oliva, la flecha marca un aquí donde uno apenas se apoya, como fantasma. Porque la ciudad te recuerda, en cada momento, que no perteneces o porque los mismos personajes deciden nunca estar del todo. Y así perderse: en la multitud de la ciudad, en la precordillera, en una rutina de limpiar piscinas que, si bien no ofrece respuestas, tal vez permite olvidar.

formativa

La experiencia formativa
Antonio Díaz Oliva
Ebooks Patagonia, 2016
110 p. — Ref. $7.000

Usted no está aquí: animales perdidos en la ciudad

Sobre el autor:

María José Navia (@mjnavia) es autora de SANT (Incubarte editores, 2010) e Instrucciones para ser feliz (Sudaquia Editores, 2015). Es Doctora en Literatura y Estudios Culturales (Georgetown University), y escribe el blog Ticket de cambio.

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